martes, 7 de noviembre de 2017

Finalizando Forastera.


Habían pasado muchos años, Claire vivía una vida sin vivir y por parte de Jamie la cosa no era muy diferente, habían pasado veinte años desde que la obligó literalmente a volver a su época, ella no quería pero él no se iba a arriesgar a que volviera a perder un hijo, él no lo conocería, pero ella cumpliría su sueño de ser madre y en el siglo dieciocho no hubiera tenido la posibilidad si el embarazo era como el anterior.
Jamie salía de Broch Tuarag a caminar por los lugares que Claire había pisado, por qué e señor no le hizo el favor de matarlo en aquella batalla, eso era lo que él iba buscando, pero no se lo concedió y la penitencia era mucho peor que haber muerto, era estar sin ella. Se acercó a aquella piedra que se la había tragado, todavía se le erizaba la piel cuando lo pensaba, puso las dos manos como tantas veces y apoyó la cabeza en ella, nunca antes lo había sentido, pero le crujieron los huesos, se hacía mayor, pensó.
Claire llevaba unos días en Invernes, de tanto en tanto necesitaba un tiempo a solas con sus recuerdos, necesitaba sentirlo cerca y lo más cerca era Broch Tuarag, la casa familiar había sido reformada como hotel rural y aunque no era lo mismo ella sentía su presencia, lo añoraba tanto que le costaba respirar, salió a las piedras, le daban miedo, se había descompuesto las dos veces que había atravesado el tiempo pero estar allí le hacía pensar que era posible… se apoyó con las dos manos, por probar, no sentía el zumbido de abejas como la primera vez. Pero los huesos se le deshacían, se estaba licuando, en un grito desesperado llamó a Jamie, seguía enfadada con él, la hizo volver para ir a morir en Prestonpans, eso no se lo perdonaría nunca.
Un crujido salió de la piedra, su cuerpo recordando lo anterior se estremeció pero ella siguió allí, algo había que no la dejaba despegarse de ella, de pronto una fuerza sobrenatural la empujó y cayó al suelo, esta vez no se desmayó, pero un peso muerto había caído sobre ella, como pudo intentó levantarse, la cabeza le dolía y tuvo miedo de haber vuelto a viajar en el tiempo, si él no estaba no tenía nada que hacer allí.
Al moverse escuchó un gemido, como pudo se levantó intentó evaluar los daños, pero no parecía que hubiera nada fuera de sitio, giró la cabeza y el coche seguía en su sitio… entonces lo vio, un escocés pelirrojo, algo canoso y con faldas, el corazón se le desbocó pero se acercó con prudencia a ver quién era.
—¿Jamie? ¿Eres tú? No, no es posible —repetía casi en trance.
—Mmhh, mi cabeza, ¿qué ha pasado? ¿Sasenach, eres tú? Me estoy volviendo loco, veo a Claire por todas partes —decía restregándose los ojos.
Se sentó como pudo, pensando que ella había vuelto, ninguno de los dos era consciente de lo que había pasado, se abrazaron largo rato hasta que Claire dijo de ir a casa.
—Sí, allí estaremos mejor, hace frío y la lumbre nos hará entrar en calor.
—Creo que no te has dado cuenta realmente de la situación, estás en el siglo veinte, amor.
Bajaron la cuesta y a Jamie casi le da un soponcio, aquello no era Invernes, aquello era una cuidad enorme y había aquellos artilugios de los que Claire le había hablado, los carros no eran tirados por caballos y pasaban a una velocidad diabólica.
—Tranquilo, no pasa nada —le decía ella mientras le daba la mano como si de un niño se tratara. 
Llegaron a su coche y le hizo subir, él lo miraba todo con ojos curiosos, y, aunque confiaba mucho en ella lo cierto es que le daba pánico ese mundo, había demasiado ruido, pocos árboles y la gente pasaba sin saludar a nadie, sin conocer a nadie.
Cuando se puso en marcha el auto Jamie se cogió al salpicadero y cerró los ojos al ver que los demás pasaban por su lado como centellas. De pronto se paró aquel artefacto del demonio y pudo respirar.
—Y ¿ahora qué pasa? ¿Hemos llegado? —preguntó con la esperanza de poder bajar de allí.
—Relájate, que te queda mucho por descubrir, bueno y malo —sentenció Claire--
 lo primero, tu hija.
Mi hija —repitió con una sonrisa bobalicona—, mi hija.


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