viernes, 20 de octubre de 2017

Una nefasta navidad

La cena de navidad estaba preparada, todos los invitados habían llegado, solo faltaba uno, el hermano mayor, que, aunque su edad física era de cuarenta y cinco años la mental no pasaba de siete.
Era una criatura amable y cordial con todo el mundo, por eso estaban tranquilos, todos en el pueblo lo conocían, pero aquella noche era nochebuena y le habían dicho que no volviese tarde, que había regalos, esa palabra era mágica, le encantaban los regalos.
Empezaron a poner la mesa y a preocuparse, aquello no era normal.
Cuando dieron las diez de la noche ya estaban todos nerviosos y buscándolo por todas partes, llamaron a los lugares donde siempre solía estar, nadie lo había visto desde hacía varias horas.
Viendo que no llegaba se empezaron a movilizar, policía, guardia civil, vecinos del pueblo, todo el mundo se volcó en buscarlo, pero no aparecía, durante casi un mes estuvieron batiendo el pueblo y los alrededores, incluso llegaron a pueblos distantes en más de doscientos kilómetros, inundaron las redes sociales, empapelaron el pueblo y los adyacentes de carteles donde se daba la descripción y se añadía que necesitaba medicación, se pusieron en contacto con la asociación para la búsqueda de personas desaparecidas,  pero no apareció, en todo el tiempo, no apreció.


Dos meses antes

Llamaron a la puerta, Yolanda estaba enfrascada con unos trabajos que tenía que presentar en la universidad, había dejado a su madre, aquejada de Alzheimer, en el centro de mayores y no esperaba a nadie, sus hermanos vivían fuera y estaban cada uno en su trabajo, ella era la más pequeña y le había tocado hacerse cargo de su madre y hermano, y lo hacía con gusto, su madre estaba mal, pero a ratos se podía mantener una corta conversación con ella, lo malo eran sus momentos de lucidez en los que preguntaba por su hijo, al ser discapacitado nunca se había separado de él, la excusa que le daban era que estaba en un centro de día donde aprendía a valerse por sí mismo, al darse la vuelta, por suerte para ella, lo había olvidado.
—¿Yolanda? —dijo un señor acompañado de su hija, una jovencita de unos trece años, cuando está abrió la puerta.
—Sí, soy yo, ¿en qué puedo ayudarle?
—¿Podemos pasar? Tengo algo que decirte y no es agradable —la tuteó.
Se hizo a un lado y los dejó pasar, no le era desconocido aquel hombre, pero tampoco habían cruzado nunca nada más allá de un saludo.
—Verás, no sé por dónde empezar… pero esta mañana unas compañeras de Aina han abusado de Ramiro, he venido en cuanto me lo ha dicho, lo han grabado con el móvil, así que he pensado que debes hacer algo antes de que lo borren.
Sacó el teléfono móvil de su hija que llevaba con él y le enseñó el vídeo que le habían pasado, cuatro chicas de entre quince y diecisiete años se reían de él, lo hicieron desnudar y le hicieron que se masturbara delante de ellas, el hombre con mente de niño no entendía nada, solo lloraba.

El buen hombre la acompañó a la policía a poner la denuncia, por suerte había sido todo muy rápido y aquella misma tarde se presentaron los agentes en el instituto y requisaron todos los móviles, el setenta y cinco por ciento de ellos tenía la grabación, al considerarse por su minusvalía un menor de edad, el juicio sería bastante rápido, para mediados de enero se fijó la fecha.
Durante todo ese tiempo la policía empezó a hacer averiguaciones, la cosa estaba clara pero necesitaban saber de quién había partido la idea, las jóvenes se habían enrocado y estaban todas a una, pero si no se aclaraba pagarían todas la misma pena.
La desaparición de Ramiro había dejado al pueblo dividido entre los que decían que se había caído por algún precipicio o perdido en el bosque, cosa que él en cuanto anochecía no pisaba, le daba pánico la oscuridad y los que decían que el juicio tenía algo que ver con ello. Habían asignado un policía al caso y Yolanda estaba muy pendiente, por algo estudiaba criminalística, aquello le estaba sirviendo, por desgracia, para tener experiencia de primera mano en un caso real y doloroso, suerte que el agente siempre estaba dispuesto a escuchar sus opiniones o ideas, poco a poco la colaboración se fue convirtiendo en amistad y la amistad en algo más profundo que ninguno de los dos estaba dispuesto a admitir, al menos Yolanda se había propuesto aclarar el caso antes de dejar que los sentimientos ahondasen en su corazón, no quería interferencias, necesitaba la cabeza fría para pensar.
Llegó el día del juicio, al ser menores de edad las chicas iban con sus padres y abogados, estaban nerviosas, a Yolanda no le pareció raro que se presentase David, el padre de la joven que había ido a su casa a denunciar los hechos.
El juicio se saldó con una multa, cosa que a Yolanda no le pareció justo. Poco a poco el pueblo retomó la normalidad, pero en las cabezas de Yolanda y Alex, el policía, resonaban algunas cosas que no acababan de cuadrar.
El tiempo pasaba y no había noticias de Ramiro, el comportamiento de David de vez en cuando parecía impostado, estaba demasiado preocupado por el paradero de Ramiro, fue el primero en apuntarse a las batidas, el primero en ofrecerse por si necesitaban algo, pero cada vez que se ofrecía, a Yolanda le daba un escalofrío, no sabía por qué pero allí estaba aquella sensación. Alex llegó un día a casa de Yolanda, le expuso precisamente la misma sensación que tenía ella, habían llegado a la misma conclusión a partir de puntos de vista diferentes, quedaron en que lo vigilarían, si estaban equivocados no pasaría nada, le explicó a la joven, aquello era extrapolicial, se había involucrado mucho en el caso y sus superiores casi lo habían archivado, Alex con tal de seguir en contacto con Yoli, era capaz de cualquier cosa, estaba seguro que ella también sentía algo por él, pero ella se había jurado que mientras no esclareciera lo que había pasado con su hermano, no podía centrarse en hombres ni en nada que se le pareciera.

Casi un año después

David empezó a relajarse, ya no estaba tan interesado en el caso, parecía que se había quedado tranquilo, un día Alex lo vio acompañado de una de las chicas acosadoras, aquella chica era una de las mayores del grupito, tendría unos diecisiete años, pero la actitud era demasiado sospechosa, parecían una pareja, los siguió, entraron en un hotel de bajo coste, aquello era raro.
Esperó a que salieran, estuvieron allí un par de horas, el tiempo que duraban las clases, se despidieron con un fugaz beso en la puerta, lo que confirmó sus sospechas.
Empezó a investigar por aquel lado, aquello se ponía interesante, ¿qué tenía que ver aquella joven con David? Centró su investigación en el juicio, en aquel juicio, alguien pensó que si no había cuerpo del delito no había delito, se equivocaron, la tutora legal de Ramiro era su hermana y a ella le correspondía representarlo, así que hubo juicio y hubo sentencia, de pronto pensó lo que habían descartado como una mala casualidad, la desaparición de Ramiro tenía mucho que ver con aquel juicio, y empezaba a pensar que aquella extraña pareja también.
Ramiro se había fijado en la joven, le había dicho en alguna ocasión que era mala, lo que dicen los niños cuando alguien hace algo por lo que a ellos les castigan, así que cada vez que la veía le decía que era mala, que era una marrana, había sorprendido a la pareja haciendo el amor en el coche y en su infantilismo les dijo que se lo diría a su madre, el plan fue abusar de él para poder acusarlo a su vez, no contaban con la hija de David, aunque era más pequeña la incluyeron con tal que mantuviera la boca cerrada, pero entró en pánico y se lo explicó a su padre, este se acojonó y fue a buscar a Ramiro, quiso hablar con él, lo encontró camino de su casa la tarde de nochebuena, Ramiro se asustó al ver que el coche se ponía a su altura, echó a correr, con tan mala suerte que se cayó y el coche le pasó por encima. David se asustó, pensó llevarlo a un hospital ya que parecía que seguía con vida, por el camino se murió, como estaba solo lo llevó a su casa… estaba en obras.



miércoles, 11 de octubre de 2017

No nos pertenecemos


No nos pertenecemos, somos cuerpos libres, irrepetibles. 
Nuestras miradas se pierden en la misma dirección.
¿No nos pertenecemos?
Juntos somos lujuria, cautivos de una misma pasión.
Nos provocamos con besos, enredamos nuestras lenguas.
Soñamos cuerpos ardientes, poseámoslos.
¿No nos pertenecemos?
Nos encontramos por casualidad.
Nunca nos dijimos nuestros nombres.
Nuestros cuerpos nunca los quisieron pronunciar.
No, no nos pertenecemos.
Tan solo estamos anclados uno al otro sin más.
Sin querernos, sin atarnos, sin buscarnos.
Un choque de pasiones, dos olas en un inmenso mar.
Pero no, no nos pertenecemos.
Solo somos dos voluntades.
Libres, irrepetibles.
Derramando juntos la esencia de nuestra libertad.
Teresa Mateo




lunes, 9 de octubre de 2017

Miedo

Era muy miedoso. Tenía miedo de caminar solo por la calle, de la oscuridad. Tenía miedo a cualquier cosa que fuese desconocida para él.
Sus amigos siempre le hacían las típicas bromas, que si eres un gallina, que si pitos, que si flautas, hasta que un día se le ocurrió hablar con el cura del pueblo, ya que ni psicólogos ni psiquiatras habían sido capaces de ayudarlo.
—Estamos cerca de todos los santos —le dijo el cura—, hay una leyenda que dice que para acabar con el miedo nada como enfrentarse a él.
—Ya lo hago, pero no hay manera. ¿Qué dice la leyenda?, a lo mejor eso me ayuda.
El cura le explicó lo que tenía que hacer y él con todo el coraje que pudo reunir durante los dos días que faltaban para la noche de los muertos se fue mentalizando.
Llegó el día y se preparó a pasar la noche a la intemperie. Hacía un frío glacial y el gélido aire quemaba los pulmones, pero él se abrigó bien y se dispuso a realizar los actos que el cura le había dicho.
Cogió una linterna para el camino. Al llegar la apagó, allí le había dicho que no podía tener ningún tipo de luz. Una vez en las ruinas del monasterio se dispuso a esperar que dieran las doce, según le había dicho el cura debía situarse en el centro de la galería de lo que había sido el patio, lugar de meditación de los monjes. Apagó la linterna y tiritando de frío se cogió los brazos para infundirse más valor que calor y se dispuso a esperar. Lo que no le había dicho el párroco era qué.
Un rumor sordo le llegó cuando pudo controlar el castañeteo de los dientes. Un rayo cruzó el cielo seguido de un trueno espantoso. Los segundos que duró aquel le erizaron más la piel. Lo que el relámpago iluminó le hizo gritar sin que de su garganta saliera sonido alguno.

Una horda de monjes se acercaban hacía él, iban rezando con las cabezas gachas. Otro relámpago volvió a iluminar el cielo, esta vez vio que los monjes lo estaban rodeando. Cada vez estaban más cerca. El pulso se le aceleró. Quiso correr y las piernas no lo sostenían. El circulo cada vez era más estrecho. Le faltaba la respiración hasta que cayó al suelo de rodillas implorando por su vida. Los monjes atravesaron el cuerpo y siguieron su camino. Cuando se levantaron las capuchas, sus caras eran calaveras. Cada noche de difuntos salían a buscar al que hacía trescientos años los había asesinado en una noche como aquella.