Hemos quedado para
pasar el fin de semana en Ibiza Carola, Lola y una servidora, tenemos todo
preparado, los billetes de avión, la reserva en un hotel decente, aunque se nos
lleve el presupuesto de dos meses, pero la idea es ligar. Estamos en aquella
edad en que te puedes permitir cualquier cosa, rondamos los cuarenta y estamos
de muuuy buen ver... o eso dicen, y claro está, no tenemos por qué desconfiar
de los que lo dicen.
Llegamos al hotel, dejamos
de cualquier manera el equipaje (no podemos malgastar el tiempo en nimiedades)
nos ponemos el bikini y bajamos a la piscina.
Primera impresión: en qué
hotel estamos, no hay nada potable por aquí... decepción total, aunque igual es
que son las diez de la mañana de un viernes, pero teníamos entendido que Ibiza
nunca duerme, así que hemos decidido que tomaremos el sol mientras los hombres
se despiertan.
De pronto se me alargan las
antenas ¿qué es eso que veo por allí? es un camarero en bañador y pajarita, mi
radar se revoluciona, me siento en la tumbona, pongo mis gafas de sol sobre la
cabeza y pongo el libro que me había llevado para parecer una intelectual al
lado de mis pies, Lola y Carola levantan la vista ante mis movimientos y se
preparan para atacar.
-Por favor, ¿nos traes unos
margaritas? -dice Lola ahuecando su larga melena.
El cañón de tío se nos acerca y
pasa por entre las tumbonas rozando su miembro con el hombro de Carola, esta se
hace la ofendida con una enorme sonrisa cómplice en la cara, nos mira a Lola y
a mí y se pone de pie enseñando al camarero su lujuriosa figura que el escueto bikini
apenas cubría.
-Enseguida les sirvo -dijo
el camarero con un delicioso acento Argentino.
Fue a buscar los cócteles mientras nosotras
iniciamos la táctica de ataque.
-Yo lo he visto primero -digo
haciendo valer mi autoridad, por algo la idea del fin de semana se me había
ocurrido a mí.
-Pero a quién ha rozado ha
sido a mí -argumentaba Carola.
-Cuando acabéis con él me lo
pasáis, por favor -soltó Lola, intentando parecer resignada.
Llega el camarero con los correspondientes
cócteles con sus correspondientes sombrillitas y al verlo nos echamos a reír
las tres al tiempo.
-¿Pero todavía se usan las
sombrillitas? -dice Lola cogiendo una y poniéndola en su boca provocativa.
-Y ¿cómo se llama el
servicial camarero? -le pregunta haciéndonos a un lado a nosotras.
-Efesto -dice el argentino.
-El laborioso Efesto -digo
yo recordando al Dios Griego del trabajo. -¿Has cambiado el martillo por la bandeja,
por lo que veo.
-Pero sigo manteniendo el
rayo -me contesta mirando hacía su pene, oprimido por un apretadísimo bañador
de lycra, que parecía algo mayor que antes de servirnos.
-Ese rayo debe ser muy
tímido cuando no lo llevas a la vista -continúo provocando.
-No creas, lo saco a pasear
de vez en cuando.
Suelta la bandeja y se mete en medio de las
tres, lo rodeamos, y él, sabiendo lo que andamos buscando se abre un poco el
ajustado bañador dejando entrever un rayo tatuado en creciente desarrollo.
-¿Las tres a la vez? o ¿de
una en una? -pregunta haciendo una mueca.
Con la labia que tienen los argentinos, casi nos
convence de hacerlo con las tres a la vez, y aunque yo puedo parecer todo lo
desinhibida que quiera, la verdad es que me gusta que estén solo por mí.
-Vosotras podéis hacer lo que
queráis, yo os espero aquí.
Efesto y su rayo se dan media vuelta, me cogen
por la cintura y subimos a la habitación, me muero de vergüenza por el desorden
pero él ni siquiera se fija, de un manotazo saca todo lo que hay encima de la
cama y me tiende mientras me mira con ojos de deseo.
-Así que conoces a los dioses
griegos -dice mientras mete la mano por debajo de las braguitas del bikini.
-Me gustan los clásicos -contesto
buscando a mi vez el rayo tatuado.
-Pues yo siempre estoy ávido de
conocimientos, y esta mañana me he levantado hambriento mmmmhhhhh, quiero que
le enseñes a mi rayo el camino hacia la sabiduría -ríe por la ocurrencia.
En este momento la excitación es tal que no
puedo más, quiero que se deje de lecciones y pase a la práctica.
-Pienso conocer todo de ti
-dice mientras su lengua explora mi sexo.
Es un amante experimentado y sabe lo que
necesito, pero va despacio y yo soy impulsiva por naturaleza, necesito que de
una vez empiece a hacer algo en serio y lo que hace me deja sin aliento, me ata
las manos al cabezal de la cama y me tapa los ojos con un pañuelo, no veo nada,
solo noto el roce suave de los pétalos de una rosa acariciando mi piel. Efesto
sabe activar mis sentidos y mi cuerpo responde a todos sus estímulos, su
miembro entra en mi boca de pronto, cálido y apetecible, sus manos abren mis
piernas mientras su lengua vuelve a la carga y sus manos exploran mi trasero,
eso no me lo esperaba y un ramalazo de placer me llega hasta las entrañas.
De pronto se da media vuelta y su boca se acerca
a la mía con el sabor de mis fluidos, es sencillamente delicioso, su lengua
busca la mía y juega con ella mientras sus manos exploran todo mi cuerpo. No
veo nada y no puedo tocar, el divino camarero me pone a cien, necesito que me
penetre, pero sigue explorando, acariciando con manos y lengua toda mi
anatomía.
Ahora que tengo al boca libre de
la suya le pido por favor que vayamos al grano, que le necesito dentro. Me hace
caso y su polla, rayo incluido atraviesan mi húmeda cueva, un grito de placer
escapa de mi garganta y él sella de nuevo mi boca con la suya. Efesto entra y
sale, entra y sale se mueve en círculos hasta que saca su rayo y lo frota con
mi clítoris haciendo que me corra en una explosión de espasmos.
Todo esto sin dejarme ponerle una mano encima, me desata y con la laxitud del
orgasmo me quito la venda de los ojos, quiero ver el rayo tatuado de nuevo,
pero Efesto ya está preparado para seguir con sus lecciones.
-Cuando te apetezca darme otra
lección de mitología estoy a tu entera disposición -me dice mientras me tira un
beso desde la puerta y deja un papelito con su número de teléfono.
Cuando vuelvo a la piscina me encuentro a mis
dos amigas intentando dar lecciones de anatomía a mi Dios, pero estoy segura
que ninguna se la chupará con la devoción que lo hago yo.