Ella era una chica normal, hasta
que decidió hacer un paréntesis, a su pueblo había llegado la modernidad, y
ella se sentía una chica moderna, acortó sus faldas, se maquilló con algo más
que carmín y se apuntó a un taller literario, quería dar salida a su
creatividad. Con la modernidad llegó gente nueva, lo qué más alboroto causó, en
aquella primavera de los sesenta, fueron las motos y los moteros.
Todo era
tan nuevo, “tan americano” pensaba ella, influenciada por las películas que
llegaban de tarde en tarde. Uno de ellos, el que se parecía a Marlon Brando se
enamoró de ella, de todas las chicas del pueblo, el más guapo la había escogido
a ella, porque ella era una chica moderna, se dijo.
En dos meses se casaron y al llegar de la luna de miel empezaron los
problemas, el guapo motero quería de ella una asistenta, y su dinero, ya que
eso de trabajar no iba con él. Dos meses después y seguidos de alguna que otra
paliza, siempre eso sí, por el bien del amor, llegó una separación demasiado
moderna para los cánones del pueblo.
Aquel matrimonio había coartado su modernidad, su libertad e incluso su personalidad.
Dos años después de aquello,
superados los fantasmas, su primer libro obtuvo todos los premios. ¡Qué gran
historia!, decían los críticos, solo ella sabía que aquella triste historia era
la suya, que aquella historia había supuesto un paréntesis en su vida.