lunes, 5 de diciembre de 2016

Un regalo nada navideño

Jamás pensó ser la otra, siempre dijo que eso no iba con ella, por mal que fuesen las cosas en su matrimonio, nunca imaginó poder estar en tan ingrato, o grato, papel, dependiendo desde luego del lado en que cada uno se encuentra.
La otra, que palabra más fea para definir a la persona con la que te apetece hacer el amor, con la que te apetece estar, besar, abrazar, acariciar, incluso con la que irías al fin del mundo si te lo pidiera. La persona a la que conoces cada poro de su piel, a la que le cuentas cada pestaña, a la que no te cansas de besar y con la que estarías todo el día haciendo el amor, ¿la otra? 
No voy a entrar a valorar el por qué fue la otra, cada uno tiene sus motivos y aunque deba reconocer que se lo puso difícil al final acabó siéndolo.
Está bien, ser la otra es no ser nadie, lo sabemos, máxime cuando de lo único que se trataba era de sexo, sí, confesó, estaba necesitada de sexo y surgió, como surgen las cosas en esta vida, por casualidad, una conversación tonta llevó a una amistad tonta, les apetecía estar juntos, tomaban café casi todos los días en la misma cafetería y estaban tan bien la una con el otro que una cosa llevó a la otra, y de pronto, les apeteció acariciarse las manos, un beso fugaz era un placer, los momentos robados siempre fueron los mejores del día… y digo bien, fueron.
Hablo siempre desde mi perspectiva de mujer y confidente, ellos no tienen la misma percepción de las cosas que nosotras, por eso desde un principio le dejó claro que a su mujer nunca la iba a dejar, la comodidad de lo que tenía desde hacía muchos años no la tiraría por la borda por un calentón, le dijo. Ella le respondió con algo similar, ella y su marido tampoco tenían intención de separarse, se habían acostumbrado a soportarse mutuamente y ya les estaba bien, hacían sus vidas cada uno por su cuenta y dejaban pasar los días.
Cuando parecía que las cosas estaban mejor, algo cambió, ella se dio cuenta de que él tardaba más tiempo de lo normal en saludarla, faltaba muchos días a la hora del café. Después empezaron a llegar las excusas para no verse, ella saludaba y él parecía que lo hacía de puro trámite, hasta que prácticamente dejó de dar señales de vida, dejó de contestar los mensajes, dejó de decirle las ganas que tenía de estar con ella y ella supo que había llegado la otra, ironías del destino, a la otra, la habían sustituido por otra.
Lo peor no fue eso, lo peor fue que él, el hombre por el que ella hubiese dado la vida le buscó un sustituto, ¿tan inepta la veía que necesitaba buscarle él un amante a ella? Lo reconoció en seguida, el mismo modus operandi, la misma intensidad al saludar, pero ella no era tonta, que siempre hubiese respetado el pacto de no reclamos, de no somos nada, de no nos debemos nada, no significaba que lo tuviese que sustituir y menos que se lo buscase él, cómo podía pensar que ella sería capaz de cambiarlo a él por su amigo.
Nunca le dejó entrever lo que realmente sentía, siempre le dejó llevar la iniciativa, incluso cuando mantenían relaciones le gustaba que él le dijese lo que le apetecía en cada momento, por eso se le hacía más duro aquel momento y más doloroso, no por el fin de una relación que ella sabía que tenía los días contados, pero ¿buscarle a otro? ¿Era necesario que la humillara de aquella manera? ¿Era ese su regalo de navidad?

Teresa Mateo