¿Puedo ayudarla
en algo? señora —dijo el vendedor de abetos navideños.
Gracias a Dios
que no le vio la cara, si había algo que a Natalia le molestaba en esta vida
era que la llamasen señora, lo hubiera podido estrangular si no se hubiese
distraído con otra persona, justo en ese momento le pareció ver a un
conocido y había vuelto la cabeza en la dirección en que se dirigía el hombre
en cuestión.
—¡Vaya, ya ni
saludas! —le dijo acercándose y dándole dos besos tan espontáneos como ella.
—Perdone ¿Nos
conocemos? —se extrañó el hombre ante tanta efusividad.
—Hace tiempo
que no nos vemos, pero vaya, no pensé que te hubieses olvidado de mí tan
pronto.
—De verdad que
no la conozco de nada, pero si puedo serle útil en algo —se ofreció muy
caballerosamente.
Natalia se lo
quedó mirando, y subiéndole unos colores que le pusieron las mejillas de un
color grana subido se empezó a excusar.
—Perdón, lo
siento mucho, de verdad que lo siento, es que se parece usted tanto a un
conocido mío que... Dios mío, qué vergüenza —volvía a disculparse, esta vez
llevándose las manos a la cara, cosa que hizo que se le cayeran unas carpetas
que portaba en el brazo, del proyecto que tenía que presentar en media hora—.
Mierda, mierda y mierda.
Todo el proyecto
que llevaba más de un mes preparando estaba esparcido por el suelo, y eso no
era lo peor de todo, lo peor era que había estado lloviendo y la parada de los
abetos estaba convertida en un barrizal.
—Tranquila, yo
te ayudo —la tuteó, después de que ella hubiese pasado del tú al usted.
—No se moleste,
gracias de todos modos, he arruinado todo el trabajo, es que no puedo ser mas
patosa —se levantó limpiándose la mano en la chaqueta para ofrecérsela al
hombre—, Natalia —se presentó.
—Esteban —contestó
él, tendiéndole a su vez la suya—. Todo tiene arreglo, verás como si los pones
a secar recuperas el trabajo.
Natalia se dio
cuenta que el llamado Esteban tenía un delicioso acento argentino, pero ella no
podía permitirse salirse ni un minuto del guión que tan bien había definido.
Tenía una cita con el que ella quería que fuese su futuro jefe, y por querer
ahorrar tiempo lo había malgastado haciendo el ridículo con un desconocido, y
al final, ni siquiera había comprado el árbol de navidad, esa era la única
tradición que respetaba de su infancia y había pensado aprovechar el tiempo;
compraría el abeto, lo dejaría en el coche y se iría a la entrevista, todo
planificado, tal como intentaba hacerlo siempre, ¿por qué entonces nunca le
salían las cosas como las planeaba? estaba cansada de ser la torpe, pensó que
cambiando de ciudad, de trabajo y casi de manera de pensar las cosas también
cambiarían, pero era imposible que cambiase nada si ella no era la primera en hacerlo,
pero era tan difícil ese cambio, "uf, menudo trabalenguas" pensaba,
"como todo en mi vida" pensó Natalia con profundo malestar.
—¿Ha decidido
ya el abeto que le gusta, señora? —preguntó el vendedor de nuevo, viendo que
ella no decía nada.
—Eh... oh...
esto, es que se me ha hecho tarde, lo siento, ya volveré mañana si puedo —contestó
azorada.
—Si quieres te
ayudo a llevarlo al coche y así no te demoras en tu cita, yo también tengo una
cita en unos quince minutos, aunque te diré un secreto, como soy el jefe tengo
que llegar el primero jajaja, pero si me das tu teléfono me gustaría invitarte
a un café, aunque solo sea para compensar el mal rato que te he hecho pasar.
—No te
preocupes, no ha sido para tanto, es que estoy siempre en los mundos de Yupi,
por eso me confundo y me pasan las cosas que me pasan, no ha sido para nada
culpa tuya, así que romperé mi norma y te daré mi número para tomar ese café —dijo
sacando una tarjeta de su bolso y dándosela a Esteban para, a continuación,
salir corriendo, ya que se le echaba el tiempo encima.
Llegó al coche,
se sentó ante el volante y como pudo intentó limpiar con unos clínex, y de la
mejor manera posible, el desastre de papeles húmedos y manchados de barro. Se
avergonzaba de presentar aquello pero no le daba tiempo de ir a su casa a
imprimir otra copia.
Llegó al sitio
de la reunión y una secretaria monísima la hizo pasar a una sala de espera, le
dijo que en unos minutos la atendería el RRHH, Natalia se quedó mirando con
cara de boba a la joven, esperaba que no fuese norma de la empresa hacerlas
parecer modelos de pasarela, ella era arquitecto, y los tacones que llevaba la
secretaria le parecieron imposibles, sobre todo, cuando tenía que visitar
alguna obra, "Lía, si sigues pensando tonterías no vas a dar pie con bola
en la reunión, cálmate" se decía intentando sosegar cuerpo y mente con un
mantra que en vez de relajarla la estaba poniendo más nerviosa, tanto correr y
ahora eran ellos los que se retrasaban, "¿sería un mal presagio?" se
preguntaba de nuevo.
Cuando ya estaba
al borde de un ataque de nervios la “Súpermegamodelosecretaria”
le dijo que podía pasar, que la estaba esperando el jefe de personal.
—Buenos días —saludó
tendiendo la mano.
—Siéntese, por
favor, Natalia, ¿Verdad? —leyó el nombre de la ficha que tenía sobre la mesa.
—Gracias —dijo
mientras tomaba asiento.
Después de casi una
hora de entrevista, leyendo y releyendo el currículum y haciéndole un
sinfín de preguntas, el director de recursos humanos de la constructora se
levantó de su cómodo sillón y acompañándola a la puerta, le dijo que ya la
llamarían, que en veinticuatro horas tendría una respuesta, y, lo de siempre,
que era una de las personas con mayores posibilidades, bla, bla bla.
Salió un poco
decepcionada, esperaba que con sus referencias y el proyecto el puesto fuera
suyo, pero con su suerte y el trabajo tan desastroso que había presentado, se
veía comiendo en una casa de caridad si no le salía algo, los ahorros se
estaban evaporando a una velocidad demasiado rápida.
Había dejado su
pueblo para instalarse en una gran ciudad, lo que no esperaba era que las cosas
fuesen tan difíciles, y ahora no era plan de echarse atrás, en eso era tan
cabezona como su padre, si se daba el paso era con todas las consecuencias. Así
que se fue para casa diciéndose que de una manera u otra encontraría trabajo,
tenía una carrera y había trabajado en una empresa bastante grande, aunque las
obras no fueran como las que ella tenía en la cabeza, ella no se conformaba con
restaurar casas unifamiliares, necesitaba algo más, necesitaba crear, su padre
antes de morir se lo dijo, estás destinada a hacer algo grande y ella creía a
pies juntillas en lo que su padre le decía y no pensaba defraudarlo, no señor.
Así que hizo el petate y se marchó a buscar su oportunidad, lo malo era que esta
estaba tardando mucho en llegar.
Con esos
pensamientos en la cabeza llegó a su pequeño apartamento, aparcó el utilitario
y se dijo que tendría que pasar del árbol de navidad, decoraría una planta y
ahorraría por lo que pudiera pasar. Subió a pie los dos pisos de altura y al
llegar al rellano encontró la puerta de su apartamento invadida por un enorme
abeto navideño, maldijo cien veces al imbécil al que se le había ocurrido dejar
aquello allí, ¿cómo se suponía que entraría ella en su piso? Llamó a la vecina,
una señora mayor que se enteraba de todo, y le preguntó si tenía idea de quién
podía ser aquella monstruosidad, la señora Vidal se la quedó mirando a través
de la puerta a medio abrir y con cara de “estaniñaestontayensucasanolosaben”
le dijo que por qué no leía la tarjeta que estaba enganchada. Se dio un golpe
con la mano en la frente pensando que su genio y sus impulsos siempre acababan
poniéndola en un aprieto, cuándo aprendería a pensar antes de actuar, no debía
ser tan difícil, la gente lo hacía a cada momento, ¿qué le pasaba a ella que
era incapaz? seguro era una tara, a su madre no le debieron dar ácido fólico
durante el embarazo, de eso estaba segura. Así que abrió la tarjeta y leyó el
mensaje que había escrito, algo tan escueto como: Acéptalo, gracias. Sin
nombre, sin dirección, aquello ya era el colmo, quién demonios le había llevado
ese árbol, se preguntaba, por muy navideña que fuese la época nadie iba por el
mundo regalando pinos, seguro era una equivocación, pero ¿a quién coño le
avisaba de su error?
Estaba
apartando el enorme abeto que era casi más grande que su minipiso para poder
abrir la puerta cuando le sonó el móvil, vaya, lo que faltaba, abrió el bolso
como pudo y sacó el teléfono. Número desconocido, por favor, por favor,
pensaba, ojalá sea de la empresa y me den el puesto, se empezó a ilusionar.
—¿Diga? —contestó
con el corazón en la garganta.
—¿Te ha gustado
el abeto? —dijo una voz al otro lado.
Al momento no lo
reconoció, no tenía ni idea de quién era, cuando una luz se abrió paso en su
cerebro, ¡Esteban! le vino el nombre de pronto y, aunque sin querer, se le
curvó la boca hacía arriba en una sonrisa.
—Es enorme,
creo que si meto el árbol yo no quepo en casa —contestó riendo.
—Me debes un café,
si te parece me paso por tu casa, tomamos ese café y te ayudo a decorarlo —se
ofreció.
—Está bien —contestó
casi sin pensar.
No lo conocía
de nada, pero le pareció una persona decente y además estaba como un tren,
hacía meses que no salía con nadie, y el tiempo que estuvo con su ex tampoco es
que le hubiese ido demasiado bien, así que montarían ese abeto en mitad del
pequeño salón y tomaría ese café... y si surgía algo pues bienvenido fuera, y
si no, pues pasaría una tarde agradable intentando no pensar en si le llamarían
o no de la constructora.
En menos de
diez minutos se presentó Esteban en su casa cargado con un sinfín de
adornos navideños.
Esteban era una persona muy
agradable a pesar de su aspecto de alto ejecutivo era jovial y alegre. Conversaron
mientras se terminaba de hacer el café. Natalia tomó un plato de la alacena y
un paquete de pastas, afortunadamente las tenía guardadas por si surgía que le
aceptaban en el trabajo y lo celebraba con una buena botella de vino que se había
traído del pueblo. Salió con una bandeja donde colocó todo en la mesita que
tenía en el pequeño salón, que ya era minúsculo de por sí, mucho más con el
tremendo árbol que mandó Esteban. Colocaban bolas de colores, espumillones y
luces mientras reían, era extraño, sin conocerse se daban cuenta que tenían
muchas cosas en común y a cada coincidencia saltaban chispas. Las horas pasaron
en un suspiro. Hablaron sobre sus vidas, sus gustos y sus expectativas de cara
al futuro. Esteban se apenó mucho cuando Natalia le contó del reciente
fallecimiento de padre y fue por eso que dejó todo atrás para empezar de nuevo,
incluso el novio que tenía. El cual no tenía aspiraciones de progresar y eso
empezó a ser un problema para su relación, así que Natalia decidió romper con
él antes de que fuera demasiado tarde y se viera enclaustrada en un pueblo del
que sólo le quedaban recuerdos.
Así mismo, Esteban le contó lo
mucho que le había costado llegar a donde estaba dada su juventud. Se esforzó
al máximo y trabajó duro. No tenía pareja; eso a Natalia le sorprendió porque
era un hombre muy apuesto y no era de extrañar que tuviera una, no, doscientas.
Natalia le ofreció quedarse a cenar y así seguir hablando, lo hicieron de todo
menos de trabajo.
Cenaron en plan picoteo, bebieron
más vino, Natalia si no paraba tendría un buen dolor de cabeza al día
siguiente. Cuando terminaron Esteban la ayudó a recoger, poco después se
despidieron hasta otro día.
Natalia esperaba impaciente alguna
noticia sobre la entrevista de trabajo. Algo en su interior le decía que el
puesto sería para ella. Ese año también pensó que no tendría su abeto para
Navidad y al final tenía uno que ocupaba casi toda su casa. Sonrió al recordar
las horas que había pasado con Esteban. Se le veía un gran hombre.
Al día siguiente estaba sentada en
un taburete de la cocina haciendo cálculos sobre los ahorros que le quedaban y
en cómo administrarse esas Navidades. Las pasaría sola, así que mucho gasto no
haría, era mejor guardarlo por si no salía el empleo nuevo. A su lado un bloc de
notas, apuntaba la lista de la compra. Ahora que lo pensaba, había hecho
auténticas virguerías la otra noche para cenar algo con Esteban. Su nevera daba
miedo. Sólo esperaba que Esteban no se hubiera dado cuenta de su situación.
Pasaron varios días sin noticias
de Esteban, ni del trabajo. Empezaba a creer que no la llamarían cuando su
teléfono comenzó a sonar.
— ¿Si, dígame?—contestó al
instante.
—Hola, buenos días, ¿Natalia, por
favor?— reconoció la voz al instante. Era la súpermegasecretaria que la atendió la primera vez.
—Hola buenos días, sí, soy yo —respondió
nerviosa.
—La llamo para concertar una nueva
entrevista. ¿Podría acudir al mismo lugar, mañana martes?
—Eh, mañana, si claro, cómo no. ¿A
qué hora quiere que vaya?
— ¿A las diez y cuarto sería posible?
El jefe de personal después tiene un almuerzo y sólo dispondrá de esa hora.
—Sí, si, por supuesto. Allí
estaré. Gracias. Adiós.
—Adiós.
Natalia temblaba como un flan. La
habían llamado. ¿Qué más podía pedir? “Natalia, igual un caprichito sí qué te puedes
permitir después de todo”, se decía. Se puso un abrigo y salió al centro. Aunque
el día era frío, lucía un espléndido sol. Se sentaría en una terraza y
disfrutaría de una buena comida. Pasearía por las calles, observaría los
escaparates llenos de adornos y luces. Uno le llamó más la atención que el
resto. Era una perfumería de las de antes, el escaparate decorado con un gusto
exquisito, los perfumes colocados estratégicamente, algunas bolas puestas de
manera que hacían figuras. En una pequeña esquina, un bonito belén hacía que
quién por allí pasara, se detuviera sólo para contemplarlo. Siguió su camino,
caminaba respirando el aire de la cuidad, la gente se aglomeraba a la entrada
de los establecimientos que estaban abiertos apurando sus últimas compras.
Natalia miraba embobada todo aquel trajín. No le gustaba lo más mínimo ese tipo
de lugares donde se agolpaba tanta gente, tanto ruido pero por primera vez en
mucho tiempo lo estaba disfrutando. No se dio cuenta que alguien desde la otra
acera la estaba llamando hasta que lo sintió a su espalda.
—Hola, Natalia —se giró y se
encontró con su ex.
— ¿Pero qué haces tú aquí?—Vio las
intenciones de darle un beso en los labios e intentó evitarlo pero no le dio
tiempo. El beso que le plantó en toda la boca no sólo lo vieron los viandantes,
sino también Esteban que salía de una prestigiosa pastelería que se hallaba
enfrente.
— ¿Tú eres tonto, o te lo haces?
¿Por qué has hecho eso?
—Tampoco ha sido para tanto,
chica.
—¡Qué no ha sido para tanto,
dice!, si casi me ahogas, además, ¿con qué derecho te crees para besarme? —Le
recriminó enfadada.
Sin ella darse cuenta, al ver
Esteban sus gestos y notar que algo no iba bien con aquel joven, se acercó
hasta ellos.
—Hola, ¿te encuentras bien? —le
preguntó al tiempo que el ex de Natalia intentaba volver a besarla.
—¡Nada que deba preocuparte,
amigo! Una simple riña de enamorados —aquella aclaración lo pillo por sorpresa,
porque hasta donde hablaron la otra noche, Natalia le había dicho que no tenía
pareja.
—¡Eres un imbécil! Hola Esteban,
este es mi ex, por favor no le hagas caso.
—A pero si os conocéis y todo. ¿qué
pronto has encontrado un nuevo ligue, eh? Claro, se le ve un tipo con pasta.
—Deja de decir estupideces, anda
—Natalia nunca se dejó aturullar por él. En parte lo dejó por su carácter
dominante y obsesivo.
—Natalia, vamos —dijo Esteban
tomándola de la mano—. No tienes por qué aguantar a este individuo —Natalia se
sentía abochornada ante esa situación delante de Esteban, se agarró a su mano
con fuerza y tiró de él.
—Adiós, Rubén —dijo sin mirar
atrás.
Tomados de la mano se fueron en
dirección a algún lugar que en ese momento ninguno de los sabía cual era. Sólo
sintieron la necesidad de seguir caminando
así, tomados de la mano, ese simple contacto los hacía felices. Se
habían visto un par de veces y ya era como si no pudieran estar separados.
Llegaron a un bonito restaurante y se sentaron
en la terraza, cerca de los calefactores que tenían colocados estratégicamente
para calentar a los clientes. Comieron juntos,
rieron, Lía le comentó que la habían llamado para otra entrevista para
el día siguiente. Esteban se atrevió a preguntarle dónde se tenía que reunir,
era mucha casualidad que él también tuviera una entrevista al día siguiente. No
le habían dicho el nombre de la entrevistada pero sospechaba que se trataba de
ella. Eso, lo llenó de alegría. ¿Supondría algún problema para Lía aquello? Esa
misma tarde lo averiguaría. Él menos que nadie quería ser un obstáculo para el
futuro de Natalia. Pero por otro lado, ya no podía separarse de ella, los días
que habían pasado no había podido dejar de pensar en ella y esperaba que a Lía
le ocurriese lo mismo.
A Lía le pasaba lo mismo, lo que
podía hacer el azar en las Navidades, o mejor dicho, un abeto, el mejor regalo
que podría tener.
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