viernes, 8 de marzo de 2019

Envenenado Recuerdo


El hombre se transformó en un monstruo, no sólo por su aspecto físico, sino también por la manera en que se había ido agriando su carácter. Aquella pérdida fue tan adversa, tan impactante que no se había podido recuperar.
Peter lo había tenido todo en la vida; dinero, posición, amor. La vida le sonreía y de qué manera. ¿Qué hacía en aquel sórdido lugar? No reconocía para nada aquel edificio en ruinas que ahora parecía ser su hogar.
No recordaba exactamente cuándo ni cómo llegó  allí. Miraba en derredor y no entendía nada. Un raído colchón tirado en un suelo plagado de inmundicia, unas cajas de cartón puestas de cualquier manera hacían de guardarropa. Estaban adosadas a la pared, para que no se mojasen con las goteras de la insistente lluvia que azotaba el pedazo de muro que todavía se mantenía en pie. Se arrebujó un poco más en la andrajosa manta con la que se refugiaba del intenso frío y de la persistente humedad. A su cabeza llegaron unos flashes, una explosión, un coche que salta por los aires. Y después de eso todo se funde en negro. Los demás recuerdos son de él, o cree ser él. Un hombre de éxito en lo personal y en lo profesional, un magnate de los negocios al que siempre le salía todo bien. Ya se sabe, el dinero llama al dinero. Pero entonces algo falla, algo se tuerce y empiezan a caer las empresas, una tras otra. Aquello parecía obra de algún conjuro. La cabeza le iba a estallar de nuevo, cada vez que evocaba lo que parecía ser su vida anterior algo le impedía llegar al final del desenlace. Boom, todo explota por los aires y su mente vuelve al negro total, aunque hoy no, hoy duele pero de momento el negro no es absoluto. Se sentía mareado, tenía hambre y sed pero sabía que en aquel momento no podía salir de allí o sería su final.
Unas sirenas ululaban en la noche neoyorkina. Unos pasos se acercaban. Intentó esconderse en una esquina, donde menos visible fuese. ¿De qué tenía miedo? De momento eso no lo había averiguado, pero llegaría, estaba seguro que llegaría.
Los tacones de una mujer resuenan y parece que se acercan, se encoje todo lo que puede debajo del retal que tiene por manta. Ese taconeo le hace pensar en otro, le parece estar escuchándolo en aquel instante. Otro flash asoma a su cabeza, una mujer, no, una mujer no, su mujer. Una risa escandalosamente falsa. Un móvil en su mano y él dentro del coche. Acababa de leer una carta que había encontrado dentro. De pronto recordó prácticamente todo. Al terminar de leer la maldita carta miró por la ventanilla del coche hacía donde estaba ella, en el justo instante que esta apretaba una tecla de su teléfono. Supuso que fue su instinto de supervivencia, o sencillamente no era su hora. Empujó la puerta con todo el ímpetu que le daba la desesperación y siguió recordando. Rodó unas cuantas vueltas envuelto en llamas. Alguien llegó corriendo al aparcamiento con un extintor. Tarde, era muy tarde. Su vida acababa de perder todo sentido. La persona que más amaba en el mundo le había quitado todo, hasta la vida. Que intentase matarle lo había convertido en lo que era. En aquel último flash había recordado todo y aquello se convertiría en la razón de su existencia. Sí, era un monstruo, nunca volvería a ser la persona de antes, no tanto por su aspecto físico, que se podía disimular, sino por su alma, que ahora estaba envenenada de odio y clamaba venganza.


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