No sé qué estoy haciendo aquí. Este lugar es horrible, frío
y aséptico. Debería estar en mi casa escribiendo el relato para el taller de
Enrique y, sin embargo, siento un frío que me sube por la espalda y que no
puedo controlar. El caso es que es un frío raro, como el color de las baldosas
que cubren la pared. Unas baldosas blancas, cuyas rayas están oscurecidas de
toda la sangre y otros fluidos que caen a diario sobre ellas. Quizá sea por la mortecina
iluminación que las veo así. Definitivamente este sitio es horrible, los
fluorescentes que cuelgan del techo generan una luz blanca y brillante mientras
que de vez en cuando alguno emite molestos zumbidos y el del fondo que nunca
acaba de encenderse le dan a la sala el aspecto de importar poco lo que hay
aquí.
Aquí
sólo hay acero inoxidable y baldosas blancas, como en cualquier hospital de
cualquier ciudad. Bueno, ahora ya no son tan feas, pero me ha tocado un
hospital viejo y decrépito con el equipamiento entre la edad media y el futuro
lejano.
No contentos con esa luz de fluorescente unos blancos y
otros amarillentos, que venga mantenimiento, por favor, sobre mí alguien ha
puesto un foco que se dirige hacia donde necesita el patólogo. Querrán contarme
los lunares. Qué chiste más malo, por favor. Que alguien me despierte de este
sueño que ya me quiero ir a mi casa, como broma ya valió.
¡Qué viene
por aquí!, sobre un pijama verde un delantal blanco, de plástico, lleno de
manchas rojas, diría que es sangre, se acerca por el otro lado de la mesa en la
que me tienen y de la que no me puedo mover. No lo entiendo, ya no tengo frío,
ahora siento que están a punto de hacer algo que intuyo que no me va a gustar.
Arrrggg, ¡Oiga! Qué eso es mi pecho. ¿Pues no se ha puesto a serrarme el
esternón? Esa sierra da mucha grima. Y ese grifo que hay sobre la mesa de
autopsias soltando agua todo el rato… ¿He dicho autopsias? Sigo sin saber qué
hago aquí. ¡Ah! Creo que ya lo sé, estamos rodando un capítulo de la serie
BONES ¡Qué buena serie! Muy realista, y si no que me lo digan a mí. Tan
realista que acaban de sacarme el hígado, parece que lo tengo un poco graso, y
el que hace de patólogo se lo ha dado al ayudante para que lo pese en la
báscula que cuelga del techo, y ¡mira que chula!, envía los datos directamente
al ordenador que hay en la pared del fondo.
Ahora
parece ser que me quieren abrir el cráneo, directamente como lo cuento. Me estoy
inquietando un poco más de lo que ya lo estaba, pero todo sea por la ciencia.
Con una sierra circular me están serrando la bóveda craneal. ¡Dios mío!, parece
que estoy en una carpintería, me han separado la bóveda con un escoplo y la
levantan con el extremo ganchudo de un martillo. Los líquidos escurren a través
de los desagües de la mesa de autopsias desprendiendo un olor de lo más
nauseabundo, supongo que para eso el chorro de agua casi constante que va
cayendo sobre mí. Ahora entiendo que me tuvieran en ese enorme refrigerador
acompañado de otros como yo. Sí, un refrigerador como ese que sale en todas las
películas policiacas en las que hay que identificar algún cadáver… pues sí, me
acabo de dar cuenta que el cadáver soy yo…
No
parece que esté en ningún set de grabación, estoy muerto y muy muerto.
Mi alma, o como la quieras llamar, acaba de salir de mi
cuerpo y se está dirigiendo hacia la luz, esa luz que dicen que todos vemos a
la hora de partir. Doy fe que así es.
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