-¡He ganado!!! ¡Prima, he ganado el concurso!
-¿Se puede saber de qué estas hablando?
Tranquilízate que te va a dar un ataque -le contesté a sus aspavientos.
-A ver dame esa carta que tienes en la mano,
que eres capaz con tus bromas de hacerme enfadar de verdad –le dije, ya que
solía gastar bromas de mal gusto, que a mí me sacaban de quicio.
-Prima esta vez no es broma, te juro que me
ha tocado el viaje, el del concurso de
la radio -me contestó con la voz
afectada por la emoción.
-Déjame leer esa carta que creo que te ha
dado un yuyu. -Le dije, a la vez que le arrebataba la misiva que tenía en las
manos, para examinarla por mi cuenta ya que ella con la emoción, no acertaba a
explicarme bien el contenido de la misma.
Esta vez era
verdad, había resultado ganadora del concurso de radio (como escribía a todo lo
que se le ponía por delante, pensé que me estaba gastando otra de sus bromas
sin gracia) en aquel momento como un flash me dije, bueno, a ella le ha tocado
por que es la que a escrito la carta, pero resulta que la contestación se la
dije yo, ella en realidad no tenía ni idea de la respuesta al concurso.
-Primita estimada, yo me voy contigo, somos
un equipo, sola no te dejaran ir tus
padres y al fin y al cabo alguien tiene
que cuidarte, así que, querida, para eso estoy yo.
-Pero tú tienes que trabajar, que les vas a
decir a tus “queridos progenitores” si te ausentas por unos días del negocio,
sabes que te necesitan -me decía con sorna.
-No lo sé, pero de alguna manera este viaje
no me lo pierdo, sabes que adoro Nueva York, no puedo dejar pasar esta ocasión,
quizá nunca se me presente otra oportunidad igual.
La verdad es
que en casa no carecíamos de nada, pero tampoco sobraba, tenemos una pequeña
librería que sacábamos adelante entre todos, con un esfuerzo colectivo, toda la
familia tenía que arrimar el hombro.
Les dimos la
noticia a nuestras respectivas familias y cuando llegamos a un acuerdo de como
resolver el tema del trabajo, mi prima me recordó algo en lo que me resistía a
pensar.
-¿Has pensado en la boda? Aunque tengas todo
muy adelantado a lo mejor Ricard se enfada contigo, ¿crees que no se molestará
si dejas los preparativos a medias para hacer unas vacaciones anticipadas? -me
molestaba que siempre estuviese pendiente de las necesidades de Ricard, sin tan
solo pensar en las mías.
-Lo tengo decidido -contesté algo seca– si se
molesta que beba agua.
-Pues manos a la obra, tenemos muchas cosas
que solventar y poco tiempo, ya sabes que los billetes son para dentro de unos
días.
Nos pusimos a
ello, necesitamos avales bancarios, cambiar pesetas por dólares etc...
Conforme se
iban acercando los días, nos íbamos poniendo más nerviosas, teníamos casi todo
listo pero había que hacer maletas, y a mí cuando voy a algún sitio nuevo me
gusta documentarme, leer algún libro sobre la ciudad en concreto o cosas por el
estilo, aunque esta vez nos pilló tan de sorpresa que no tuve tiempo para leer
nada y tan solo tenía los conocimientos de lo que había leído en alguna revista
de viajes o visto por televisión y aunque me fascinaba, tampoco era que le
hubiese puesto la mayor de las atenciones, ya que ni en sueños pensé que a mis
veinte años recién cumplidos y pensando en casarme (cuanta inconciencia) lo
último que se me pasaba por la cabeza era un viaje de esas características.
En plenos
preparativos nos pilló la sorpresa del intento de golpe de estado, se nos cayó el alma a los pies cuando, el día 23
de febrero, se presentaron en el congreso de los diputados unos militares,
comandados por el general Tejero y trataron de dar un golpe de estado, pasamos
todo el día pegados a la radio y a la televisión, esperando los
acontecimientos. Cuando apareció el rey a la una y cuarto de la madrugada
llamando a la calma, pudimos respirar
un poco más tranquilos, por que aquello no se había terminado todavía.
El siguiente
día las imágenes que salieron al aire, gracias a un técnico, que con mucha
sangre fría guardó la cinta de la cámara en el zapato, fueron demoledoras, ver
a todos aquellos hombres tan angustiados era sobrecogedor y sobre todo, ver al
presidente Suárez aguantando el tipo allí, de pie, sin hacer caso de Tejero
cuando pronunció su famosa e intimidante frase de “todos al suelo” nos impactó
a los españoles, Suárez nos dio ejemplo
a todos de dignidad y profesionalidad, aunque le costo el puesto ya que tuvo
que dimitir.
Gracias a Dios
que aquello no pasó a mayores y con la intervención del monarca y unas cuantas
detenciones, se solventó la situación, por lo menos de cara al pueblo llano,
como nosotras.
Retomamos nuestros preparativos y por fin llegó el
día, mi novio nos llevó al aeropuerto y allí nos despedimos.
-Portaos bien -nos dijo de broma.
En ese momento
dio comienzo nuestro periplo hacia mi particular Itaca.
-¡Vamos a conquistar New York!- Fue mi
grito de guerra, con mi inglés de Barcelona.
-Prima por favor que no se nos note que es la
primera vez que salimos del cascarón, acuérdate de lo que dice mi madre –le decía nerviosa.
-Tenemos que desenvolvernos con soltura, como
si nos pasáramos la vida de aeropuerto en aeropuerto, viajando por todo el
mundo.
El viaje en
cuestión era Madrid-Nueva York, y nosotras vivimos en Barcelona, por lo tanto,
tuvimos que desplazarnos hasta la capital, con los nervios no pensamos que
teníamos que pasar la noche y no hicimos reservas en ningún hotel, por lo que
franqueamos la noche en el aeropuerto (no éramos las únicas) y en esas
esperamos el alba sin pegar ojo y taquicárdicas las dos.
El vuelo tenía
la hora de salida prevista para las once de la mañana, nosotras estábamos en la
terminal que no eran ni las nueve, (por si acaso) billetes en mano y temblando
como flanes, ni siquiera quisimos desayunar, nos conformamos con un café,
porque con tantos nervios se nos había cerrado el estómago.
Sobre las diez
de la mañana empezaron a llamar para abordar el avión, pasamos el control de
pasaportes y nos sentamos a esperar el momento del despegue.
Cuando se alzó
el avión nos sentíamos, nunca mejor dicho, en las nubes, aquello era el sueño
de mi vida y pensaba aprovecharlo al máximo.
Jamás creímos
que aquello sería tan interesante, solo la diferencia horaria y lo del jet lag nos tenía bastante confusas.
La sensación
de pensar que estábamos a punto de cruzar el Atlántico, era sensacional,
vivíamos sobrecogidas, puesto que era la primera vez que hacíamos un viaje tan
largo y era muy diferente al típico Barcelona-Madrid que habíamos hecho alguna
vez.
Ya en pleno
vuelo tuvimos conciencia de los pasajeros que teníamos al lado, justo en el
asiento correlativo al nuestro, un chico joven todo desgreñado y con pinta de
músico, puesto que no se separaba de una guitarra que llevaba, no hacía más que
pedir cosas a la azafata, hasta que la pobre auxiliar se cansó y le dijo que
tenía que atender a otros pasajeros, entonces nos tocó el turno a nosotras, nos
pidió los cacahuetes que nos dieron de aperitivo, después nos pidió, por favor
eso sí, unas toallitas húmedas para las manos y por último, nos dijo que si
alguna de nosotras no tenía que utilizar los auriculares, que religiosamente
nosotras habíamos pagado, si se los podíamos dejar para escuchar música.
Resulta que cuando a mí me fabricaron, se les olvidó inculcarme la palabra no
en el vocabulario, así que no supe negarme, en fin, que pagué para que mi
vecino de fila tuviera un “fantástico” vuelo.
Cuando
llegamos al aeropuerto Kennedy, nos esperaban de la agencia con unos cartelitos
con nuestros nombres y, claro está, nuestra primera impresión fue de
incertidumbre y gracia (particularmente yo, me río hasta de mi sombra) lo que
es no tener mundo, nos chocó ver tanta gente con nombres escritos en trozos de
cartón.
Cuando las cosas empezaron a tomar forma, conocimos personas de lo más
interesante, desde un miembro de la Real Academia Española, un boxeador
retirado, y los más significativos para nosotras un matrimonio de Castellón de
la plana, dueños de un gran concesionario de coches de importación, que nos tomaron bajo su tutela, supongo que
nos vieron muy jovencitas, y sobre todo sin ninguna experiencia. (Se nos notaba
a una legua.)
Cuando todo el grupo estuvo reunido, nos llevaron al
hotel y nos ofrecieron unos aperitivos. Don Lluis, que así se llamaba nuestro
protector, pidió bourbon, nosotras un refresco, después nos entregaron
nuestras respectivas llaves y nos subieron el equipaje a las habitaciones, la
nuestra era una doble no muy grande pero muy acogedora.
Como estábamos cansadas, nos dimos una ducha y
pensamos dejarnos caer un ratito sobre la cama, el cambio de horario y la noche
sin dormir se hacia notar, cuando llamaron a la puerta, era nuestro querido
matrimonio que nos proponía concertar las excursiones que pensáramos hacer, sin
pensarlo dos veces, nos vestimos y fuimos con ellos a la recepción del hotel, y
consultamos los folletos con las salidas que estuvieran a nuestro alcance, lo
típico, Cataratas del Niágara, Washington,
la estatua de la Libertad, un paseo en helicóptero por Central Park y la
que más nos marcó, la visita al Museo de Arte Moderno. Nos la recomendó Lluis y
en ese momento, nos hizo saber que era pintor y con bastante nombre.
La visita al
museo fue una de las primeras salidas que hicimos con ellos, la verdad es que
estuvo de lo más gratificante puesto
que aprendimos muchas cosas, mi pintor favorito hasta entonces era Sorolla, por
lo tanto del impresionismo no había salido, nos explicó sobre esculturas, sobre
pintura, era todo un erudito y eso a mí me fascinaba.
-Mirad chiquetas -nos decía- prestad atención
a esta escultura.
-Don Lluis que tipo de pintura es la que
usted crea- le dije.
-Bueno,
nosotros somos un grupo que nos llamamos “Parpalló” -nos dijo– y hacemos lo que
hemos denominado “Movimiento artístico del Mediterráneo”, es un tipo de pintura
de estructuras lineales más o menos simétricas, con mucha plasticidad, en París
me dedicaron un libro con partes de mi obra y mi biografía, os haré llegar uno
a cada una.
-¡Muchas
gracias! -dijimos al unísono.
Ya por la tarde llegamos al hotel y en lugar de subir
directamente a nuestra habitación, decidimos quedarnos un rato en uno de los
salones habilitados para el descanso de los huéspedes, aunque nuestro inglés
era malo (inexistente diría) la idea era conocer gente, así que nos sentamos a observar a todo el mundo que
pasase por ahí.
Estábamos sumidas en nuestros pensamientos, Laia no se
perdía detalle de cuanto acontecía a nuestro alrededor, yo me entretenía
leyendo, no soy demasiado curiosa, cuando llegó un grupo de estudiantes que
para nuestra satisfacción hablaban español-latino, pero español al fin y al
cabo.
Después de no entender a casi nadie, escuchar nuestro
idioma (creo haber dicho que soy negada para los idiomas) nos parecía una
delicia.
Al volver de nuestra primera expedición por las calles
de Manhatan, adoptamos la costumbre de sentarnos un rato en el mismo salón del
primer día, puesto que nos habíamos percatado que había mas gente joven que en
otros salones habilitados para lo mismo, ni siquiera en la cafetería, ya se
sabe que los jóvenes viajamos con bastante equipaje, pero con agujeros en los
bolsillos.
El salón en que pasamos los ratos de inacción estaba
casi siempre repleto de gente, en aquella ocasión coincidimos con un grupo de
estudiantes de Colombia, que estaban en Iowa aprendiendo inglés correctamente,
para incorporarse a la universidad americana. Estaban como nosotras conociendo
la ciudad, en unas excursiones promovidas por las casas de intercambio en las
que se hospedaban, de eso nos enteramos más adelante cuando entablamos algo más
de confianza.
El salón en sí, estaba decorado bastante sobrio pero
con mucha elegancia, había unas mesas bajas con centros de flores frescas muy
agradables, revisteros con prensa y revistas, unas columnas centrales le daban
un aspecto de distinción que estaba muy bien, muy en la moda de la época en que
se construyó y al fondo, unas cabinas con teléfonos aisladas y discretas.
Los sofás en que nos sentamos eran enormes, y por lo
menos yo, soy más bien “chaparrita” como me dicen algunos, me hundía de tal
manera que pensaba que pasaba desapercibida, lo cual, dadas las circunstancias
no me importaba demasiado.
Con el libro abierto pero sin poder leer, por la
situación tan cómica, según decía mi prima, le encantaba tocarme la moral con
el tema de mi estatura, ella mide unos cuantos centímetros más que yo; el caso
es que estaba pendiente de todo menos de la lectura, cuando se sentaron tres
jóvenes, más o menos de nuestra edad, en los butacones de al lado. Eran dos
chicas y un chico que estaban con los estudiantes, pero se habían separado del
conjunto y mantenían una pequeña tertulia sobre lo adecuado de fumar o no,
sobre todo cuando no se tiene con que encender el cigarrillo.
En esas estábamos cuando me puse tensa y con el oído
alerta, no sé por qué, pero me dio la sensación de que en la conversación de al
lado, nosotras éramos las protagonistas y si hay algo que no soporto es que se
hable de mí, sobre todo alguien que no me conoce, no sabía como, pero me estaba
poniendo de lo más nerviosa, pues creyendo que no les entendíamos, departían en
español y supusieron que nosotras éramos americanas, o como mínimo anglófilas,
supuse que miraban a Laia que es una morenaza guapísima, alta, con unos ojos
negros y grandes como la profundidad de un lago, con una piel aceitunada que
con poco sol que le dé, adquiere un tono dorado divino, por el contrario yo soy bastante rubia y de tez pálida, más
bien bajita y unos ojos normales, una boca normal y una nariz pequeñita, pero
también bastante normal, o sea, del montón,
notando que gesticulaban y miraban hacia nosotras sin ningún pudor,
aunque hablaban con voz queda, alguna frase suelta llegó a nuestros oídos.
-No puedo
creerlo prima. ¿Te das cuenta que están hablando de nosotras? -dije más como
confirmación de un hecho, que para que ella lo corroborase.
Procurando hablar en voz muy baja, le pregunte si no
había hecho alguna de sus payasadas y por eso podían estar molestos con
nosotras.
Le gustaba bastante coquetear y llamar la atención, se sabía guapa y no se cortaba como yo, ante los extraños.
-¡Pero bueno!
¿Piensas que no sé comportarme como es debido? Pues te equivocas, estás conmigo
todo el tiempo y no sé si te has dado cuenta, pero no he abierto mi boca para
nada, si ni siquiera he mirado para allá -dijo molesta con mi comentario.
-Perdona
prima, ya sabes que me perturba que las cosas escapen de mi control y me
gustaría saber, que tan grave será lo que les tiene con el punto de mira sobre
nuestras insignificantes personas.
En esas estábamos cuando el joven de los ojos verdes y
sonrisa celestial, alzó un poco la voz y les dijo, que el no era quien para
pedir algo que ni siquiera necesitaba.
Hablaba un español raro, con marcado acento inglés,
pero con un deje que no supe definir, además de tener una voz como de
terciopelo, fue por eso que empecé a prestarle más atención, mientras hacía ver
que leía, tenía puesta toda mi curiosidad en el trío de supuestos estudiantes,
que no paraban de gesticular hacia
nosotras. De pronto, el muchacho, con un gesto de cabeza me señalo a mí y
alzando un poco la voz les dijo.
-Si queréis
fuego, por qué no se lo “pedís” a la “mona” esa de al lado,
parece que tiene cara de pastel. -Aquello me pareció el colmo, no tenía yo
bastantes complejos con mi persona, como para que me añadieran alguno más, así
que ni corta ni perezosa me levanté y eso sí con mucha educación les dije:
-Perdonad pero
he creído entender que queréis pedirnos fuego, pues lo siento pero no fumamos
ninguna de las dos, y otra cosita, lo de mona y pastel creo que sobra, nosotras
no nos hemos metido con vosotros en ningún momento.
Como no suelo ser victima de esos arrebatos de furia,
creo que lo pase yo peor que ellos, me puse colorada como una amapola y de
golpe me quede tan cortada como ellos.
Aquello les dejó perplejos y no entendían el porqué de
aquel comentario, así que nos empezaron a pedir excusas, un poco a la defensiva
y bastante apurados, hasta que una de ellas, dijo que no sabía que llamar mona
a una rubia podía ser motivo de enfado, pero que si me había molestado me pedía
mil disculpas.
Al decirme aquello pensé, “tierra trágame”, un color
me iba y otro me venía, intenté disimular lo mejor que pude, hasta que una de
ellas preguntó.
-¿De donde
sois?, No sé ubicar vuestro acento -me dijo una joven morena y menuda que
parecía simpática o cuanto menos quería agradar.
-Somos
españolas -contestamos al unísono mi prima y yo.
-¿Españolas de
España? -nos preguntó un poco extrañada.
-¿De dónde
pueden ser dos españolas que no sean de España? -respondí con algo de ironía.
-Prima, por
favor, no estés a la defensiva -me regañó mi prima al oído y nos fuimos a
sentar otra vez.
-No estoy a la
defensiva, es que me pareció un comentario un poco tonto -contesté una vez
solas.
-Ya sabes que
a veces los nervios juegan malas pasadas y tú has ido a saco con ellos, tampoco
te han ofendido tanto, como para salir disparada del sillón como si un resorte
te hubiese lanzado.
-Tienes razón
-contesté– voy a pedirles disculpas otra vez, total quedar bien no cuesta
tanto.
Cuando me giré para pedir disculpas por segunda vez,
vi que el grupito se estaba despidiendo de los demás y se marchaban, así que
volví a mi asiento y pretendí volver a leer, cosa que si antes me resultaba
difícil, en aquel momento me fue del todo imposible.
Estaba tan agitada, que hasta creí ver visiones, pues
me pareció que el chico en cuestión hizo un gesto como de guiñarme un ojo, lo
cual me descolocó completamente y a partir de ahí, me fue imposible pensar en
otra cosa.
Al día siguiente habíamos quedado con don Lluis y su
señora, para ir a visitar la estatua de la libertad, nos pasaron a recoger
temprano, teníamos que coger el ferry que nos llevaría a Liberty Island y
queríamos tener tiempo para disfrutar de nuestra excursión sin prisas y a poder
ser, sin aglomeraciones, cosa difícil en sitios tan turísticos como es la
estatua más famosa del mundo.
Una vez allí disfrutamos como niños, tanto nuestros
protectores, como nosotras mismas, recorrimos la isla, vimos una panorámica de
Manhattan y New Jersey, paseamos por la base, mirando la estructura de la
antigua fortificación, la que se apodaba Star Fort y por fin nos tocó el turno
de subir, todavía me duelen las piernas, por las agujetas de los 354 escalones
que tuvimos que escalar para llegar a la corona, que era lo que se podía
visitar en aquellos días, puesto que la antorcha estaba cerrada por reformas.
Hacia el mediodía comimos una hamburguesa en un
Macdonalds y ya por la tarde, regresamos al hotel, nos dimos una ducha para
descargar la tensión del día y salimos a comprar algo de cena, (se nos reducía
el presupuesto a pasos agigantados) en un colmado que habíamos localizado a dos
calles del hotel, volvimos al hotel y subimos los paquetes a la habitación un
poco camuflados, ya que no dejaban subir comida, y ya se sabe que la necesidad
agudiza el ingenio. Dejamos las compras sobre la mesa auxiliar que teníamos en
la habitación, cuando le dije a mi prima.
-Laia, que te
parece si bajamos un rato al salón, ¿te apetece?
-¿No estas
cansada? Con el tute que nos hemos pegado, estoy muerta, baja tú si quieres -me
dijo.
-Creo que sí
que voy a bajar, ¡venga! ¡Anímate!
-¿No será que
tienes ganas de volver a ver a la gente de ayer?
-Seguro, como
que van a estar otra vez allí. -Respondí con poca convicción- No tengo ganas de
volver a meter la pata y tener que disculparme de nuevo -contesté a la
defensiva, aunque sin motivos.
-Está bien,
vamos -dijo condescendiente
Bajamos, yo, queriendo aparentar mucha seguridad ante
ella, puesto que no quería que se me notara la ansiedad por volver a ver al
“grupo”, aunque solo estaba interesada en una persona del trío, quería volver a
ver aquellos ojos tan divinos y acompañados de su pícara sonrisa y también,
comprobar si mi percepción del día anterior era cierta o habían sido
imaginaciones de mi desbordada mente.
Entramos al salón, cada una de nosotras con un
pretexto diferente, pero que a la vez no dejaba de ser el mismo, encontrar a la
gente del día anterior y entablar alguna conversación por banal que fuera.
Desengaño, frustración, hasta ganas de llorar me
entraron al ver que no estaban, Díos mío, había soñado toda la noche con un
encuentro digamos que “casual” con aquel joven que ni siquiera sabía como se
llamaba, pero que tenía un porte de guerrero celta, que me aceleraba el pulso
cada vez que lo miraba. Era un joven de veintipocos años alto, rubio, con una
melena larga y descuidada, un rostro bastante cuadrado, nariz recta y pómulos
marcados, podía pasar por nórdico o mejor, por un belicoso vikingo celta y unos
ojos verdes, que le iluminaban todo el rostro cuando sonreía.
Como no estaban, en mi cabeza se empezaron a formar
toda clase de hipótesis, pensé que se habían marchado del hotel y ni siquiera
iba a saber su nombre, o cruzar alguna
palabra que no fuera de reproche, así que me desinflé como un globo, mi interés
por estar allí había desaparecido completamente, pero no quise decir nada a mi
acompañante, para que no se diera cuenta de lo ridícula que me sentía.
Así que nos sentamos en los mismos butacones que el día
anterior y cada una se dedicó a lo mismo del día precedente, ella a repasar a
todo el mundo, era divertido ver a los personajes que pasaban por allí, nos
parecía que estábamos viendo una película en directo. Las señoras llevaban
abrigos de piel muy pomposos y sandalias con calcetines, eso en España no lo
habíamos visto jamás, sobre todo porque era a finales de Marzo y hacía frío, y
teníamos un significativo sentido del ridículo. Yo, en definitiva, a intentar
leer sin conseguirlo, para que así, Laia,
pudiera sacarme de mis casillas con sus aguijonazos.
-Por qué te
traes un libro a un sitio como este, te estás perdiendo lo mejor, con tu
maldita manía de no poder estar en ningún lugar relajada, si no tienes un libro
en las manos.
-Bueno, ya
sabes que si no tengo un libro delante me siento vulnerable y la verdad es que
tú no ayudas con tus puyitas, te encanta recordarme mis defectos e
inseguridades.
-Si lo hago es
para que te des cuenta que no hay para tanto, mira a tu alrededor, mujeres como
tú las hay a cientos y no se van escondiendo por la vida.
-Pues a mí me
gusta pasar desapercibida, si me miran demasiado, pienso que se me notan todos
los errores que la genética a cometido conmigo, como tú eres alta morenaza,
guapísima y casi perfecta, no puedes entender que me pueda sentir insegura con
mi estatura (mido 1,59m) y mis curvas.
Con esa discusión estúpida y sin sentido, se nos pasó
por alto el momento en que llegaron al lugar los estudiantes del día anterior.
El corazón me dio un vuelco y me puse tan nerviosa que
casi tiro al suelo lo que tenía en las manos, cuando noté que se me acercaban
por detrás y me susurraban algo, una frase tonta, pero que viniendo de quien
venía, me aceleró el corazón y me dejó casi sin respiración, así que tuve que
hacer un esfuerzo sobrehumano para que no se notara mi inquietud y sobre todo
el rubor de mis mejillas tan traicionero.
-Mira que
casualidad, está aquí la muchacha del libro -oí la voz en mi oído a modo de
murmullo.
-Hola, chicas
españolas -dijo otra voz a nuestro lado, era una de las componentes del trío de
la pasada tarde.
-Hola -dijimos
a la vez, en ese momento me di cuenta que se había esfumado el acompañante
masculino del grupo, paseé la mirada por todo el recinto, sin embargo no le
hallé en ningún rincón, el local estaba muy concurrido y era difícil
localizarle en los grupitos que se habían formado.
Cuando mi desmesurada imaginación empezaba a
desbordarse y las jóvenes estudiantes, me estaban dirigiendo la palabra a mí en
concreto, apareció otra vez como por arte de magia, detrás de la más morenita,
haciendo carantoñas y guiños sin que ella se percatara, con lo cual, otra vez
mi imaginación me hizo de las suyas, ya suponía que entre ellos había algo, por
un lado no dejaba de pensar que yo
tenía novio y por otro lado, mi cabeza no desistía de imaginar como sería estar
con él, así que cuando resurgió por sorpresa me puse tan nerviosa otra vez, que
no acertaba a entender la conversación que entre mi prima y las estudiantes se estaba llevando a cabo.
No sé por qué, pero que apareciera y desapareciera de
aquella manera, me desconcertaba y como era tan popular entre las féminas del
grupo, sin motivo aparente me estaba poniendo celosa, y la verdad es que no
tenía por qué, ya que apenas habíamos cruzado dos palabras y una mirada, eso
sí, llena de intención por su parte, ahora estaba prácticamente segura del
guiño del día anterior.
-Te decía que
no se como te llamas- decía la chica de ojos castaños a mi prima.
-Bueno sí,
estaría bien que nos presentásemos, soy Laia.
-Liliana, para
servirte -dijo la morena de ojos negros.
-Yo soy
Beatriz, mucho gusto.
Como me había quedado ensimismada con mis pensamientos
no me di cuenta que me tocaba a mí hacer la presentación.
-Esta que está
en las nubes es mi prima -dijo Laia como para espabilarme.
-Hola,
perdón... Meritxell, Txell para los amigos -balbuceé de la manera más tonta, sin poder apartar los ojos, de los otros
ojos que estaban detrás de Beatriz, entonces ocurrió la peor metedura de pata
de mi existencia.
-Hola, yo soy
Guy.
En ese momento pensé que no había oído bien, bueno ni
siquiera pensé. Dios mío cómo pude equivocarme de esa manera, yo pensando que
me estaba tirando los tejos y ahora resultaba ser que era de la acera de
enfrente.
-¿Y lo dices
así? Carai que liberales sois en este país, en mí tierra esas cosas se esconden
-dejé ir con un tono bastante punzante, supongo que a causa de los nervios y
por lo duro de la declaración, que me dejó helada.
Pudo haber caído un ángel del cielo, porque todos
enmudecieron de golpe, me miraron de hito en hito y empezaron a palidecer. Por
aquel entonces la palabra gay apenas se escuchaba, yo la había leído en algún
articulo sobre el sida, pero poco más, de ahí mi perplejidad al escucharlo tan
alegremente, ya que en realidad ni siquiera sabía como se pronunciaba.
-¿Qué
pendejada acabas de decir? -Espetó con
furia.
-Esto, yo...
perdona... pero estas poniendo por delante tu sexualidad y creo que a nosotras
por lo menos, no nos interesa demasiado -mascullé sin saber exactamente lo que
decía y con la cara roja como un ababol, pues comprendí en aquel mismo momento
que había cometido un error irreparable, con mi maldita costumbre de pensar por
mi cuenta las cosas más excéntricas, antes de hablar o cuando menos, antes de
dejar que me den una explicación, sobre todo cuando estoy tensa.
-“Fuck you”
-me soltó en la cara, dio media vuelta y se marchó. En aquel momento deseé de nuevo que me tragase la tierra.
Por dios, que yerro tan garrafal había cometido, la
verdad es que era imperdonable, así que intenté subsanar el error con sus
compañeras, las cuales estaban como en shok.
-Perdonad, por
favor, decidle que lo siento mucho, no sé como he podido ser tan insensible,
pero es que me pareció que alardeaba de su homosexualidad y nosotras no estamos
acostumbradas a tanta sinceridad en esas cuestiones.
En aquel momento fue cuando Beatriz nos aclaró, a mí
en concreto, que Guy no era sarasa, ni nada por el estilo, es que se llamaba
así.
-¿Cóóóóómo?-
dijo Laia con asombro –prima, esta vez si que la has cagado y perdona por el
termino pero no se merece otro.
Inmediatamente salí corriendo para que no vieran el
reguero de s que me corrían por las mejillas, normalmente tengo la sensibilidad
a flor de piel y lloro con mucha facilidad (mi madre dice que soy llorona de
nacimiento) llegué a mí habitación y me
tiré de bruces en la cama, como pude ser tan bruta, cuando lo que quería era
mantener una conversación distendida y preguntar cosas agradables y divertidas
sobre el estilo de vida en Estados Unidos y sobre todo, quería constatar que de
verdad le caía bien y en vez de eso lo trato delante de todo el mundo de
invertido.
Estaba segura
que a partir aquel momento me estaría
odiando y además con toda la razón, pero el mal ya estaba hecho, ahora
solo me quedaba intentar por todos los medios que me perdonase y me imaginaba
que aquello estaría de lo más difícil.
A los pocos minutos llegaron las tres a la habitación
a consolarme y decirme que no me preocupase, que tampoco era la primera vez que
le pasaba y por eso era algo susceptible, si él hubiese dicho “me llamo” en vez
de “soy” ese enredo no se hubiera producido, y que lo raro era que se lo tomase
de aquella manera, normalmente sobrellevaba con bastante humor esas
situaciones.
-Si hombre,
encima le vais a echar a él la culpa de mi torpeza -respondí todavía molesta
conmigo misma- si le vuelvo a ver, cosa que veo difícil, intentare subsanar mi
error y le pediré mil disculpas.
Liliana y Beatriz se fueron y nos quedamos nosotras
solas, cuando mi prima se empezó a mofar de mí.
-La verdad es
que has estado de lo más cómica prima, si no hubiera sido por que le has
molestado de veras, te quedó como un chiste -iba diciendo con sorna.
-¡Basta ya! No
me martirices más, por favor, ¿no ves lo mal que lo estoy pasando?
-Bueno chica,
no es para tanto, ni él se tenía que poner como se puso, ni tú tienes que
meterte debajo de una piedra, al fin y al cabo el nombrecito se presta a esos
malentendidos, la verdad es que se lucieron sus padres cuando se lo pusieron.
-Me iba diciendo entre risas, lo cual a mí me ponía más furiosa todavía, puesto
que tiene la gran virtud de sacarme de mis casillas con sus aticismos, y no
estaba yo dispuesta a aguantarle demasiadas muestras de su “afectivo sarcasmo”
sobre todo cuando ni yo misma tenía claro como salir de aquel atolladero.
Aquella noche me fui a dormir directamente, ni siquiera quise cenar, se me
había hecho un nudo en el estómago y preferí hacerme la dormida con tal que me
dejase en paz.
Al día siguiente teníamos programada una visita a Washington
así que nos levantamos temprano bajamos a tomar un “café” bien largo (aquello
más que café parecía agua con algo de colorante) para poder despejarnos y, a
base de mucho maquillaje, intenté que se notaran lo menos posible los estragos
de una noche en blanco, la verdad es que aquel viaje no estaba resultando para
nada como lo habíamos programado.
Mas o menos preparadas para afrontar un nuevo día, nos
dispusimos a esperar a nuestros cicerones, Don Lluis y su señora donde habíamos
quedado citados el día anterior, o sea, en el hall del hotel.
Llegaron puntuales a la cita y cuando todos estuvimos
reunidos en el aeropuerto “La Guardia” llegó la guía que nos llevaría de tour
por la capital.
La dama en cuestión era una señora de mediana edad que
había quedado viuda recientemente y según nos contó se tuvo que poner a
trabajar puesto que con la pensión que le quedó de viudedad no le llegaba para
costearse su tren de vida.
Maggie que así se llamaba era el prototipo de señora
americana de las películas, alta y delgada, con el cabello rubio pajizo y una
tez que de tan blanca se podía decir transparente. Llevaba una falda color
hueso, plisada, y larga hasta el
tobillo con una blusa estampada bastante llamativa, un sombrero de paja, no
quería que le diera el sol, y lo que más llamó nuestra atención fueron aquellas
sandalias de medio tacón con unos calcetines blancos inmaculados.
Llegamos al aeropuerto IAD a primera hora, los
americanos se acuestan con las gallinas, por eso es que madrugan tanto y a
nosotras nos costaba seguir esos horarios, acostumbradas como estábamos a
trasnochar se nos hacía difícil levantarnos antes de las siete de la mañana,
así que llegamos con nuestra mejor disposición, nos quitamos las “lagañas” de
los ojos y nos dispusimos a disfrutar del día capitalino, estuvimos en la Casa
Blanca, bueno en los alrededores, fue increíble el despliegue de seguridad que
sin que se notase mucho se hacía presente, si se acercaba alguien demasiado,
allí había un señor tipo “armario ropero” que se ponía al lado vigilando todos
los movimientos, como vieron que éramos un grupito de lo más inofensivo nos
vigilaban desde la distancia, los jardines eran imponentes, maravillosos,
también es que los veíamos con ojos de pueblerinas que no habían visitado más
jardines que los de Pedralbes o la Casa de Campo. Salimos de allí ahítas de
tanta belleza, cuando nos topamos con una sorpresa mayúscula, quien iba a
imaginar encontrar una estatua de Isabel la Católica en los alrededores. Estaba
justo en la entrada de la OAS (Organización de Estados Americanos) donde nos
había llevado nuestra guía, suponiendo que aquello nos haría ilusión, era una
estatua donada por España en 1966 y tenía una inscripción que yo diligentemente
me apunte en el bloc de notas que llevaba para la ocasión, la inscripción
ponía: ISABEL I LA CATÓLICA /REINA DE CASTILLA / DE ARAGON / DE LAS ISLAS / Y TIERRA FIRME / DEL MAR
OCÉANO.
A Don Lluis con su sensibilidad para el arte le
fascinó que me entretuviera en apuntarme la inscripción y hasta me dijo que
hiciera un boceto de la estatua pero le dije que no era demasiado buena
dibujando, entonces me pidió prestado el bloc y lo dibujó el mismo (lo conservo
todavía con mucho cariño)
Mas tarde estuvimos en el Capitolio, visitamos los
pisos superiores que eran los que se podían ver libremente, puesto que no teníamos reserva previa, aunque con
nuestra Maggie no lo necesitamos, ella nos fue comentando todo lo que veíamos,
nos llevo a la sala de exposiciones, asimismo vimos la Gran Cúpula también
conocida como la Rotonda, aquello era majestuoso, cuanto lujo, jamás habíamos
visto nada parecido. Lluis también nos instruyó sobre algunas de las pinturas y
esculturas que había por doquier, el Bautismo de Pocahontas, la Declaración de
Independencia o la Rendición del General Burgoyne entre otros. También
visitamos la Biblioteca del Congreso en
el edificio de Thomas Jefferson considerada la Biblioteca nacional de Estados
Unidos. Aquel edificio era esplendoroso, en mi vida había visto tanto mármol,
ni tan impresionantes escaleras, subimos también a la sala de lectura y como
no, con lo que me gustan los libros les costó trabajo sacarme de allí, no podía
dejar de admirar tanta belleza, había
volúmenes de todas clases y en todos los idiomas, fue impresionante.
Durante toda la mañana no tuve tiempo para pensar en
los acontecimientos de la noche anterior, pero cuando llegó la hora de la
comida, aunque no era mi intención que se notara tanto, mi semblante cambió por
completo, me sentía como pez fuera del agua, mi cabeza era un torbellino de
sensaciones y angustias, lo único en que pensaba era que él no quisiera
volverme a ver, en mi interior solo me interesaba regresar al hotel, intentar
una explicación y que no se advirtiera
la ansiedad que sentía. Ni siquiera pude disfrutar la comida y eso que era un
restaurante de lo más lujoso.
-Prima, esto
nos va a costar un ojo de la cara -susurró Laia en mi oído. -Procura pedir lo
más barato de la carta, o no comeremos nada más hasta que lleguemos a
Barcelona.
-Pide lo que
tú creas, la verdad es que no tengo hambre. -Contesté con desgana.
-Está bien
mira, esto no sé lo que es pero el nombre parece sugerente.
El menú en cuestión consistía en una ensalada de col
con un aliño agridulce y unas almejas rebozadas y fritas, las cuales quedaron
casi todas en el plato, y para mayor INRI, nos tocó pagar a partes iguales con
el resto de comensales que integraban nuestro grupo, con lo cual nuestra
economía de todas maneras se fue al traste.
Ya por la tarde llegamos de nuevo al hotel y como mi
cara era todo un poema mi prima empezó a pensar que algo no iba bien.
-Txell -me
dijo- ¿Me puedes explicar qué te pasa? Y no me vengas con cuentos que te
conozco muy bien, a mí no me puedes engañar, sabes que eres un libro abierto
conmigo y esta cara de pomes agres no es solo por una metedura de pata
que tampoco tiene tanta importancia, suéltalo ya o no vas a poder conciliar el
sueño en toda la noche. Te he notado todo el día como ausente y si no recuerdo
mal, pensabas llevarte marcado a fuego todo lo relacionado con las visitas,
querías absorber todo con deleite y más parecía que estabas por compromiso.
-No te
preocupes, no me pasa nada, son imaginaciones tuyas. -Contesté evasiva.
-¿Sabes qué?
Ahora mismo vamos a comprar unos batidos y unas galletas y como hemos gastado demasiado
esta mañana, restringiremos nuestra ingesta a la mínima expresión pero con
mucho azúcar y muchas calorías, veras como te sientes mejor y por favor, déjalo
ya. ¡Ni que hubieras cometido un crimen! Sabes que aunque lo intentes no puedes
mentirme. -Me regañó con cariño.
-No hace falta
que me hagas de guardiana, ya te dije que estoy perfectamente. -Saldé el tema.
En aquel momento parecía más mi madre, que mi prima
menor, así que con toda la tensión acumulada durante el día se me hizo un nudo
en la garganta y antes de estallar en
llanto y esperando que no se hubiese dado cuenta, entré en el aseo.
Estando en el baño llamaron a la puerta.
-Hola,
veníamos a buscarlas para ir a tomar un tinto, que les parece, ¿aceptan?. -Dijo
Liliana nada más abrirse la puerta.
-Le preguntare
a Meritxell, está en el baño, no se siente muy bien, aunque no creo que le
convenga tomar vino.
-¿Quién habló
de tomar de vino? -dijeron casi a la vez las dos compañeras- nosotras les
proponemos tomar café, no vino. -Rieron divertidas.
-Como habéis
dicho tinto, pensé que tomabais vino.
-Perdona, es
que en mí país le decimos tinto al café y se me olvida que las europeas se lo
dicen al vino, que paradoja más divertida. -Comento Beatriz.
Me lavé la cara con agua fría para eliminar en lo
posible los rastros de llanto y de maquillaje corrido y salí del baño mostrando
una serenidad que estaba muy lejos de ser cierta.
-¿He oído algo
de café? Creo que me vendría bien tomar uno. -Dije sin mucha convicción.
Sin más preámbulos y para evitar que me hicieran
preguntas incomodas, cogí mi bolso que estaba encima de la cama y salí la
primera.
Bajamos las cuatro y cuando llegamos a la recepción
vimos una aglomeración de gente que colapsaba la entrada, preguntamos que
pasaba y nos dijeron que había una convención de s, creo recordar que
cardiólogos que llegaban de todo el mundo a unas conferencias, así que salimos
dejando atrás todo el barullo, pero sin poder ver si había alguien más
interesado en venir con nosotras, al final tomamos café en un Macdonalds que
era lo que teníamos más cerca y que no fuera la cafetería del hotel, estuvimos
charlando sobre las peculiaridades y diferencias que había entre nuestros
países y el tiempo se nos pasó atropellado entre risas y comparaciones. Estuvo
muy divertido comprobar como siendo el mismo idioma denominábamos las cosas de
forma muy distinta.
Para mí fue reconfortante, nadie me recordó los
acontecimientos pasados y pude disfrutar de la velada y hasta olvidarme de mis
cuitas.
Eran más de las nueve cuando decidimos volver al
hotel, los huéspedes del congreso ya estaban todos ubicados en sus respectivas
habitaciones, por lo tanto estaba todo bastante despejado aunque ni así, vi
rastro de la persona que me interesaba, entonces nos despedimos y cada una de
nosotras nos fuimos a nuestras respectivas moradas.
-Me voy a
tomar un baño, si ves que tardo no te preocupes voy a pasarme un buen rato en
remojo a ver si el mundo me da un respiro.
-Espera un
momentito, señorita, no te escabullas, ahora sí, me vas a tener que explicar
que está pasando contigo y no contestes con evasivas, te conozco demasiado bien
para saber cuando te sales por la tangente.
-Está bien
pero prométeme que no te vas a burlar de mí, esto que tengo es muy serio y no
soportaría de nuevo tus sarcasmos.
-¿No estarás
embarazada? -Especuló sin considerar mi estado anímico, haciendo caso omiso a
lo que acababa de rogarle.
-¡Pero como
puedes ser tan cateta! ¡Prima por favor! Es lo primero que te he dicho y lo
primero que has hecho. Voy a la ducha, ya no me apetece contarte nada, a ver si
maduras de una vez. -dije bastante enojada- Ahora que me estaba empezando a
olvidar del tema me lo recuerdas otra vez, ya te he dicho que ese tema está
cerrado- continué, esperando parecer convincente.
En realidad el tema no tenía más importancia que la
que yo le estaba dando, pero yo sentía una necesidad imperiosa de
reivindicarme, aquella tontería me tenia deshecha.
La mañana siguiente teníamos programada una excursión
por Central Park en helicóptero, nuestros protectores nos estaban esperando en
el hall del hotel, como siempre, así que en cuanto bajamos nos pusimos en
marcha. La experiencia fue fantástica, los aparatos eran prácticamente de
cristal así que la panorámica era espectacular. Cuando acabó el paseo teníamos
hambre y quisimos probar los perritos calientes que ofrecían los vendedores
ambulantes y que tanto nos divertía por haberlos visto en tantas películas, en
España no se suele comer por la calle, no estaba demasiado bien visto, por lo
que a nosotras nos parecían irreales. Los señores Prades se divertían con
nosotras y no paraban de alabar nuestra “santa inocencia” como decían ellos.
Tuvimos un día bastante mas relajado que los
anteriores, así que por la tarde decidimos salir a patear las calles, aunque
Laia, tan lanzada como era para algunas cosas no paraba de decir que nos
podíamos perder, yo quería ver todo, por ejemplo, el Empire State, que en el
momento de su construcción y durante cuarenta años tuvo a gala ser el edificio
más alto del mundo, hasta que las Torres
Gemelas le arrebataron el puesto. Y yo no podía perderme todo eso.
-Tranquila
prima, no te preocupes, tomando algunos puntos de referencia volveremos sanas y
salvas para eso estoy yo aquí. -Le iba diciendo cuando llegamos a la puerta de
los almacenes Macy’s con una seguridad que para nada era cierta. Decidimos entrar a comprar algunos regalitos
para llevar a la familia, la típica réplica de la estatua de la libertad y unas tazas (ellos las llamaban “mugg’s)
con el emblema de la gran manzana y otras con el “I love N.Y.” y un corazón.
Después de comprar esas tonterías buscábamos la zona deportiva, puesto que a mi
prima un compañero de clase le había encargado una camiseta de rugby y no
supimos encontrarla, así que buscamos alguna persona que hablara español, no
fue difícil, por que a la primera persona que pregunté: ¿you speak spanish
please? Me contestó a la primera.
-Si mi “amol”
-era una señora de color que parecía un armario ropero de lo enorme que era,
pero con una sonrisa encantadora con la
que simpatizamos enormemente.
-Estamos
buscando una camiseta de rugby pero no encontramos la sección de deportes.
-Para eso
tenéis que il a unos almacenes que hay a una cuadra de acá -así que con las
oportunas explicaciones y ese acento, creo que cubano o puertorriqueño, tan
divertido, y grandes dosis de amabilidad por su parte, nos pusimos en marcha
hacía los almacenes deportivos, cuando llegamos nos sorprendieron las
dimensiones del establecimiento, de El Corte Inglés no habíamos pasado, así que
nos asombraron tantos artículos deportivos juntos, en España todavía no había
surgido el boom del deporte masivo, así que compramos la camiseta y además a mí
se me antojó llevarle a mi novio un bate de baseball, originales que
fuimos con los regalos, cuando más o menos tuvimos todo lo que nuestro
presupuesto dio de sí en materia de obsequios, salimos de lo mas ufanas con
nuestras nuevas adquisiciones, estábamos tan absortas con nuestra conversación
que no nos dimos cuenta de una persecución que se estaba llevando a cabo en
aquel momento, un caco había robado algo o se iba sin pagar, eso no nos quedó
claro. Cuando de pronto, noté un empujón tan fuerte que caí de bruces al suelo,
que vergüenza, Dios, esas cosa solo me pasaban a mí, así qué, cual no sería mi
sorpresa, cuando entre todo el barullo de gente que se formó, la persona que me
ayudó a levantarme del suelo era quien menos me hubiese imaginado, allí estaba
mi pesadilla de los últimos días, pero que pesadilla más divina, creo que mis
piernas temblaban más de la emoción de estar rodeada por sus brazos, que por la
caída en sí, así que en aquel momento, si me pinchan no me sacan sangre, Dios
mío, el corazón se me escapaba por su cuenta y pensé que los latidos se oían en
toda la manzana.
-¿Qué fue eso?
Dios ¿estas bien? Decía mientras buscaba al agresor sin saber por donde se
había ido.
-¿Estas bien,
te hiciste daño? -Me seguía repitiendo, al tiempo que me ayudaba a levantarme
del suelo y me repasaba de arriba abajo buscando “desperfectos”, es por eso que
aunque estaba tan aturdida, no acertaba a contestar, aparte de que mi color de
cara había pasado en cuestión de segundos del blanco cerúleo al rojo grana.
-Si, si, no te
preocupes estoy bien, ha sido más el susto que otra cosa, gracias por tu ayuda
-balbucee avergonzada.
-Que
casualidad, siempre que volteo encuentro a la chica del libro, ¿qué nuevo
insulto me vas a dedicar hoy? -bromeó quitando dramatismo al encuentro.
-Perdona,
pero, ¿tú de donde demonios has salido? -solté ruborizándome más si cabe- y
¿qué es eso de la chica del libro? Ya es la segunda vez que me lo dices -Lo del
insulto preferí ignorarlo por no caer otra vez en algún nuevo malentendido.
-Veníamos
caminando calle abajo, así no más, cuando has sido atropellada por aquel
bárbaro, y el adjetivo no es mío, te lo puso con muy buen acierto Beatriz -me
dijo con su voz aterciopelada y con aquel acento yanqui que me desmontaba por
completo.
Cuando se despejó el bullicio, retomamos el camino que
llevábamos, sin reparar en el hecho que nos habían dejado solos nuestras
respectivas acompañantes, notando el feeling que había surgido entre nosotros,
sencillamente no quisieron molestar y aunque lo agradecí, en aquel momento no
sabía que explicaciones daría cuando llegase al hotel y además no veía a mi
prima por ningún lado y eso sí que era un peligro.
-Creo que te
debo una disculpa por la grosería del otro día, no debí reírme pero me pareció
de lo más cómico la manera en que quedó, por si no te has dado cuenta, no hablo
inglés, es por eso que no capto demasiado la entonación de unas palabras con
otras, todas me suenan a chino -expliqué toda nerviosa, cual alegato de abogado
defensor, excusatia non petita, acusatia manifesta, los nervios siempre
me traicionan.
-Tampoco yo tenía que reaccionar como lo hice, no
suelo enfadarme por esas tonterías, al fin y al cabo no es la primera vez que
me sucede, ¡pero bueno, ya! ¿Que te parece, si empezamos de nuevo? Es que si
no, nos vamos a pasar la vida pidiéndonos excusas mutuamente.
-En realidad
me parece lo mejor, estaba por proponerlo yo misma. -Contesté un poco más
serena.
En nuestro paseo sin rumbo habíamos llegado a la
iglesia Sant Patrick y nos sentamos en los jardines, fue entonces cuando reparé
en el hecho de que estábamos solos.
-¡Dios mío,
estamos solos! ¿Dónde están las demás? -Me reprendí a mí misma por ser tan
irresponsable- ¿dónde está mi prima? Si la pierdo me matan, tenemos que
encontrarla por favor -Supliqué, mientras me levantaba del banco como si un
muelle me hubiese impulsado, pensando que solo venían rezagadas y con los
nervios de la compañía, no volví a pensar en ella hasta ese momento.
-¿No venían
contigo Beatriz y Liliana? Me pareció verlas cerca de ti.
-Ese “estamos
solos” me pareció de pánico ¿tanto miedo te doy? Y sí, veníamos juntos.
-No, no, por favor
no te lo tomes mal, para nada, esto...
-Dije aturdida.
Mi cabeza otra vez me estaba jugando una mala pasada,
tan determinada que era yo bajo mi coraza y ahora no sabía que decir, me
faltaba el blindaje del libro que siempre llevaba en las manos y que por ir de
compras no estimé oportuno cargar.
No sé si por mi confusión, o porque le parecí muy
cómica, soltó una risotada que acabó con todas mis defensas, con lo que las
piernas se me hicieron mantequilla, supongo que se dio cuenta de mi desasosiego
porque me cogió de la cintura y muy suavemente me fue acercando hacia él,
supuse yo, que con la intención de darme apoyo, pero entonces bajó su cabeza (
mi escasa estatura no le llegaba ni a la altura del hombro) y me besó en el
pelo.
-Hueles muy
bien, aunque estabas tan ofuscada conmigo que no te acercabas, desde el primer
día que te vi me atrajo tu aroma ¿qué perfume usas?
-Ni siquiera
es perfume, solo agua de colonia, Pero ya basta que me voy a sonrojar otra vez
y tenemos que encontrar a Laia antes de que le pase algo. -Contesté evasiva, ya
que mi cabeza empezaba de nuevo a dar muestras de volver a imaginar novelas.
-No te
preocupes tanto por tu prima, está en buenas manos.
-¿Y tú como lo
sabes?
-Porque le
dije a Beatriz que se fuesen tranquilas, que yo me ocupaba de ti, en estos
casos mucha gente estorba ¿no? -Dijo con picardía.
Me miraba con esos ojos que me turbaban tanto y que
hacían que notara sensaciones y hasta palpitaciones, de las que nunca antes
hubiera sospechado se podían sentir.
-Qué has querido
decir con eso de que estorban, a mí me gusta la gente no creo que estorbe
nadie.
Las palabras salían de mi boca, pero no de mi corazón,
no quería reconocerlo pero estaba perdidamente cautivada por aquel yanqui, de
nombre impronunciable para mí, puesto que se había convertido en tabú.
No, era imposible que me fijase en nadie, y menos a
tantos miles de kilómetros de mi casa, de mi seguridad... aquello no me estaba pasando a mí... yo
estaba comprometida desde hacía tiempo con Ricard, mi novio de toda la vida,
teníamos incluso fecha para la boda.
Al rato empezamos a caminar sin rumbo fijo y hablando
de nosotros, de nuestras vidas en nuestros respectivos países, la diferencia de
culturas. Los americanos tienen un concepto muy equivocado de las europeas, así
que no nos pusimos de acuerdo en lo frívolas que éramos o dejábamos de ser, ni
en que ellos eran demasiado moralistas con respecto a los demás, pero no para
ellos mismos, con esta charla tan superficial fuimos eliminando todas las
barreras que los malentendidos habían puesto entre nosotros, hasta que sin
apenas darnos cuenta, llegamos al hotel.
-Buenas noches
-dije con desgana.
-¿Ya te vas?
Quédate un rato más, no me dejes solito -iba diciendo a la vez que hacía
carantoñas y ponía cara de bebé desvalido.
-Antes de que
te vayas, ¿puedes aclararme una curiosidad que tengo? En que idioma hablas con
tu prima, porque hablo español perfecto y a veces a vosotras no os entiendo, me
suena como italiano o como francés otras veces -Seguía hablando con la intención
de no dejarme ir y creo que yo seguía contestando con el propósito de quedarme
un rato más.
-Pues verás,
te cuento, nosotras somos de una comunidad española que se llama Cataluña por
lo tanto hablamos catalán -contesté toda didáctica.
-¿En España no
se habla español en todo el país? Dijo perplejo ante mi aclaración.
-Pues no, la
verdad es que tenemos un país multicultural y con lenguas diversas aunque la
oficial es el español, en las vascongadas se habla vasco y por ejemplo en
Galicia se “fala galego” que se parece bastante al portugués -expliqué
con deleite puesto que me encanta hablar de las peculiaridades de nuestro
pequeño, pero rico país, culturalmente hablando.
Viendo que la cosa se estaba alargando demasiado, y
sin poder encontrar la forma de ir a ver si mi prima estaba bien, o se había
enojado conmigo, todo podía pasar, me escabullí como pude, no sin que antes me
pidiera que fuese a su habitación cuando todos estuvieran durmiendo.
-Estoy muy
solo en esa habitación y tengo miedo -argumentó todo mimoso– no está mi
compañero de cuarto, ¿vendrás?
-¿Te das
cuenta de lo que me pides?
-¿No has
notado que me tienes embrujado? No sé que me diste pero desde el primer momento
que te vi, no puedo dejar de pensar en ti.
Aquello fue
demasiado para mí, solo pude decir que no prometía nada y antes que pudiese
abrir la puerta de la habitación me besó.
Fue un beso robado, a traición, pero que beso.
Por un momento no supe dónde me encontraba, si en la
luna o tocando las estrellas, aunque lo que sí era cierto, es que jamás me
había sentido como en aquellos momentos.
Cuando entré en el cuarto, me estaban esperando las
tres con cara de haber estado fisgando por la mirilla y con unas sonrisitas muy
pícaras, así que intenté acompasar el ritmo de mi respiración, ya que el
corazón se me había desbocado con sus besos y caricias, y con su sugerencia volvía a estar llena de dudas e
inseguridades, así que procuré pasar como si no hubiese sucedido nada entre
nosotros, cosa difícil, puesto que estaban esperando como verdaderas comadres
de pueblo, esperando la noticia fresca a la que poder sacar jugo.
-Cuenta,
cuenta que pasó, no es por nada pero habéis tardado más de dos horas, ¿tan
grave fue la caída? Porque no vemos las vendas por ninguna parte -dijo Liliana
con tonito de burla.
-Lo tienes en
el bote prima. -Este comentario vino de parte de Laia, con retintín, para
recordarme que yo no era libre.
-Bueno, ya,
dejadla que lo saboree que no le quedan muchos días -Esto vino de parte de
Beatriz, que era la confidente de “Él” y por lo tanto se erigió un poco en
alcahueta de nuestros encuentros clandestinos.
-No seáis
cotillas, no ha pasado nada, solo me acompañó hasta el hotel, nada más -
Intenté parecer convincente.
-Nada más y
nada menos.
-Basta ya,
cada oveja con su pareja, que es hora de dormir y mañana tenemos el día repleto
-les decía yo mientras les abría la puerta ya que no tenía argumentos para
defenderme.
Laia se dio cuenta que no me iba a sacar nada más, así
que cerró la boca, que en aquel momento abría para decir algo y que gracias a
Dios se guardó para sí y se acercó a la cama.
Yo hice lo mismo y también me senté sobre la mía,
aunque conforme iba pasando el rato mi mente no dejaba de pensar en lo
conveniente o no, de encontrarme con él a medianoche y que pasaría si me
presentaba, o que me diría si no iba. No podía más, tanto esfuerzo en que no se
me percibiese y resultó que todo el mundo leía en mí como en un libro abierto,
se me notaba demasiado y el sujeto en cuestión, tampoco ayudaba mucho
contándoselo todo a su más que amiga.
Antes de que me dejase apagar la luz y poder hacerme
la dormida, tuve que soportar un exhaustivo interrogatorio, acusatorio,
incriminatorio y todos los “orios” que contenía el vocabulario, por parte de
Laia.
-Txell, no sé
sí te das cuenta, pero estas tonteando con Guy y eso no está bien, no lo digo
por él, los hombres ya se sabe, si pueden lo toman y tú se lo estás poniendo en
bandeja, que pasará con Ricard, que le dirás cundo lo veas ¿que has tenido una
aventura con un americano? No sé si una cosa así te la podrá perdonar. Conste
que no lo digo solo por tu novio, cuando se enteren tus padres te matan, además
apenas lo conoces, como puedes ser tan irreflexiva, cuando tú siempre piensas
las cosas cuarenta veces antes de decidirte por algo.
Laia, siempre defendía a mi novio en cualquier
circunstancia, a veces me hacía pensar que lo quería ella más que yo.
-Basta, por
favor no me martirices, además la única que puede irse de la lengua serías tú,
por lo tanto no te preocupes demasiado por mí, ¿no ves que no puedo hacer nada por evitarlo? Es superior a mis
fuerzas, el rato que hemos estado solos ha sido increíble, te juro que yo no
quería, pero no logro resistirme, me siento como en una nube y no quiero
despertar, quiero mucho a Ricard, pero nunca me ha hecho sentir tan deseada
como me lo hace sentir él y aunque parezca contradictorio, reconozco que quizás
no está del todo bien, pero quiero disfrutar este momento tan maravilloso y lo
que tenga que ser será -le decía mientras una idea acudió a mi cabeza- prima
¿no será que estas celosa? Normalmente eres tú la que atrae a las conquistas y
mira por donde, esta vez me ha tocado a mí -le rebatí dando en el clavo, ya que
ella también se había fijado en él.
Nos metimos en la cama por fin, sin decir nada más,
Laia se durmió enseguida, yo ni siquiera lo intenté, el corazón se me escapaba
del pecho y mí cabeza era un torbellino. Así que, como cenicienta, cuando
dieron las doce más o menos, me levanté, me puse lo primero que encontré y subí
escaleras arriba para la cita clandestina con mi príncipe encantador.
Apenas tuve tiempo de llegar, cuando se abrió la
puerta y allí estaba él, esperándome con una botella de champaña y dos copas.
-Sabía que
vendrías. -Me susurró al oído.
-Esto que
estamos haciendo no está bien -dije más para mí misma que porque tuviese mayor
relevancia, al fin y al cabo estaba allí, y nadie me estaba obligando a nada,
pero estaba muy agitada y aun me resonaban en los oídos las últimas palabras de
mi prima, así que cogí la copa, más por tener algo en las manos y evitar que se
me notara el temblor que se había instalado en todo mi cuerpo, que por beber,
ya que no suelo hacerlo y se me sube rápido a la cabeza.
Me cogió la copa de las manos y me rodeó con sus
brazos fuertes y masculinos, y empezamos a bailar, tenía puesta como música de fondo la garota de Ipanema muy
suave y sensual, permanecimos así un buen rato, hasta que sus labios buscaron
los míos y los míos se dejaron encontrar, nos besamos apasionadamente y fue
entonces cuando me dijo: No te vayas, quédate conmigo.
-No puedo
quedarme toda la noche, si Laia se despierta y no estoy en la cama no sé que
puede pasar, tú no conoces a mi prima.
-No me has
entendido, quiero decir que no vuelvas a tu país, que te quedes aquí conmigo.
No podía creer lo que estaba oyendo, creía ser la
protagonista de una novela de Bárbara Cartland, aquellas novelitas romanticonas
que me gustaba tanto leer cuando era adolescente y creía a pies juntillas en el
príncipe azul. Dios mío aquello no me podía estar pasando a mí. Yo que siempre
me había sentido como el patito feo de la familia y ahora me hacía una
proposición “indecente”, no sabía que pensar, siempre recelo de las cosas que
van muy rápidas y en ese momento era incapaz de articular una palabra, no supe
que decir, literalmente, me quedé con la boca abierta.
-Yo solo vine
a charlar un rato y reconozco que me gusta mucho estar contigo, pero como te
dije me caso dentro de pocos meses y esto no estaba en mis planes, tengo
familia y una vida con muchas complicaciones, asumo ciertas responsabilidades
aunque me veas tan joven.
-No mientas,
no solo has venido a platicar conmigo, para eso nos hubiésemos encontrado en
cualquier sitio, si estás aquí es por lo mismo que yo, no te puedes engañar a
ti misma, has venido porque me deseas tanto como yo te deseo a ti.
-Estoy aquí
porque no sé lo que estoy haciendo, has anulado completamente mi voluntad, creo
que ya te pertenece, es toda tuya.
-¿Solo tú
voluntad, no me vas a dar nada más? -Decía mirándome con aquellos ojos que
anulaban por completo mi entendimiento.
No me dejó seguir hablando, empezamos a besarnos y se
detuvo el tiempo, mi corazón latía al compás del suyo, hasta que la pasión se
desbordó y no pudimos parar.
Nos abrazamos, nos besamos con fruición y como yo era
como más de veinte centímetros más bajita que él, mi cabeza busco acomodo en su
amplio pecho en lo que me acariciaba la nuca y me susurraba cosas, creo que en
todos los idiomas que conocía y que sonaba igual de bien en cualquiera de
ellos, aunque lo cierto es que no entendía nada, solo sabía que el sonido de
aquellas palabras me sonaba a música celestial, en una de aquellas cuando el
ardor era insoportable nos dejamos caer sobre la cama y pasó, lo que tenía que
pasar, por mucho que yo quisiera resistirme y en honor a la verdad, tengo que
decir que no me resistí demasiado, el caso es que yo le deseaba tanto a él,
como él a mí.
-No, por
favor, no... esto no está bien... –Era
lo único que acertaba a decir y aunque sin querer yo, mi cuerpo desmentía las poco
convincentes palabras que salían de mi boca.
Para mí era la primera vez, y nunca pensé que pudiera
ser tan maravilloso, él aunque era joven se notaba muy experimentado y supo
encontrar todos los puntos de placer que tenía dormidos en mi cuerpo y que despertó
con sus caricias, al principio suaves, casi sin rozar, después con más avidez,
a medida que mi carne trémula e ingenua, sin pedirle permiso a mi razón, le
demandaba a él que no reprimiera sus
lujuriosas manos, que eran como mariposas revoloteando en todos y cada
uno de los centímetros de mi cuerpo, y su boca y su lengua que tampoco dejaron
de buscar la mía.
-¿Estás segura
que no quieres? -Me decía mientras sellaba mi boca con la suya -¿Por qué no
usas la boca para lo que mejor se puede hacer con ella? Quiero que cuando
estemos lejos y estés besando a otro, extrañes mis besos.
Aquello me descompuso de tal manera, que ya no pude
poner ningún tipo de resistencia y pensé: Que sea lo que Dios quiera, que haga
conmigo lo que sea... y eso hizo.
Me enseñó lo que dos cuerpos pueden dar de sí,
recorrió todos los centímetros de mi piel, primero con las manos, después con
la boca, con la lengua, su propio cuerpo buscó lugares de mi cuerpo que ni
siquiera yo sabía que estaban allí, se tomó mucho tiempo, intentaba en cada
momento que me sintiera cómoda, buscaba excitarme al máximo y lo consiguió, he
de decir que mi inexperiencia jugó a su favor, como no sabía lo que tenía que
hacer, fue guiando mis manos hacia sus zonas más sensibles, me instó a que
imitara sus caricias llevándome de la mano hacia el clímax, a mi vez me dejaba
guiar, era una experiencia maravillosa, hasta que nuestros gemidos fueron uno
solo y nuestros cuerpos a su vez se fundieron en uno.
Llegó un momento que no podíamos más, estábamos ahítos
de tanto amarnos y nos quedamos algo más tranquilos por un buen rato.
Estuvimos juntos hasta pasadas las seis de la
madrugada, hablamos de muchas cosas y de nada en concreto, el propósito era
estar solos, los dos muy juntos sin tener que dar cuentas a nadie, ni siquiera
a nosotros mismos, nos dejamos llevar y el espacio se diluyó en el tiempo, un
tiempo que nos arrastró a una vorágine de sentimientos encontrados, y al final,
callamos los dos, no necesitamos decir nada más, habían hablado suficientemente
nuestros cuerpos.
Cuando clareaba el día por fin, perezosamente y con
desgana, me dejó ir.
Al llegar a mi habitación, empecé a ser consecuente
con lo que había pasado, estaba como en una nube, todo lo que en mi casa me
habían inculcado desde pequeña, lo acababa de tirar por la borda por un deseo
pasajero, o al menos eso pensaba yo, ¿cómo había sido tan inconsciente?, Al
pasar la noche con él, no sólo había puesto en entredicho mí reputación, sino
también todo mi futuro. Aunque por otra parte, cada vez que recordaba lo que
acababa de pasar esa noche, un estremecimiento, como una descarga eléctrica de
placer, recorría todo mi cuerpo y me sonrojaba avergonzada.
Disimulando todo lo que pude, intenté dar un aire de
normalidad a mi llegada, pero mi prima estaba esperándome sentada en una
butaca.
-¿Se puede
saber de dónde vienes? ¿Dónde has pasado la noche? ¡No me digas que habéis
estado toda la noche los dos solos en su habitación!
Di un respingo al escuchar su voz, esperaba
encontrarla durmiendo, así que me sobresaltó y no tuve ninguna excusa creíble
sobre mi ausencia.
-Laia por
favor, de esto ni una palabra a nadie.
-Bueno, pues
cuéntamelo todo, y cuando digo todo quiero decir todo, y con lujo de detalles,
pero que conste que no me parece bien, te estas metiendo en un lío del que te
será difícil salir, dependiendo de lo que me digas, no estoy segura de poder
callarme, es muy grave esto que has hecho.
Sabía que tenía razón, pero en aquel momento lo que
menos me apetecía era escuchar sus constantes correctivas, menos cuando, mucho
de lo que me decía era por celos y ella sabía que me daba cuenta, Laia era muy
orgullosa y le gustaba tontear con todos y ahora no podía soportar que Guy se
hubiese fijado en mí, y no en ella.
-Que quieres
que te cuente, ¿qué me he acostado con él? Pues sí, ya puedes divulgarlo a los
cuatro vientos si ese es tu deseo, en este momento nada me importa -Me escudé
como pude con una defensa bien laxa, no tenía cabeza para otro tipo de
argumento. Aunque estaba segura qué era lo que mi prima esperaba. Así podría
tenerme en sus manos y tendría con que amenazarme cuando a ella le interesase.
Lo único que en aquel momento tenía claro era que
tenía que escapar de allí, que algo me envolviera en un halo y me aislara, para
poder pensar con la sensatez que me había faltado hasta ese momento, así que,
sin decir nada me metí en la cama y me tapé completamente, hasta la cabeza,
para en la medida de mis posibilidades poder clausurar todo lo que estuviese a
mí alrededor y sobre todo, no pensar, no pensar, no pensar... me iba repitiendo
como si de un mantra se tratase y con aquello se desvaneciesen mis
complicaciones.
Aquel día teníamos planeado quedar los cinco para
patearnos las calles y absorber la esencia de las personas, ver escaparates y
mezclarnos cual ciudadanos cosmopolitas entre el mestizaje típico de una ciudad
como Nueva York. Vivimos un momentito del rodaje de una película, mejor dicho,
apenas vimos algo del rodaje porque había mucha gente y solo alcanzamos a
divisar una grúa de esas que llaman jirafas, con un cámara, encaramado a
ella y filmando, bueno, como
anécdota no estuvo nada mal.
En todo momento se mantuvo a mi lado y estuvo
pendiente de mí, aunque no me gustaba que se notase tanto, de vez en cuando me
murmuraba cosas al oído, lo malo es que me las decía en inglés porque decía que
le resultaba más fácil, que así no tenía que traducir y le salían cosas más
bonitas, y aunque no me enteraba de casi nada, me parecía precioso todo lo que
me susurraba, con lo que yo me estremecía, cada vez que notaba su aliento en mi
nuca y creo que hasta me ruborizaba al pensar lo que había sucedido entre
nosotros.
-Supongo que
en algún momento me traducirás lo que me dices, no sé si estar tranquila, sabe
Dios lo que te estarás inventando. Una curiosidad que tengo ¿dónde aprendiste a
hablar español? Lo haces muy bien y me encanta el acentito ese tan raro que le
das. -Le comentaba, para aplacar el nerviosismo, que se instalaba en todo mi
cuerpo cada vez que lo tenía cerca.
-Bueno es que
mi papá es diplomático y hemos vivido en varios países de Sudamérica, por eso
tengo acento de todas partes y de ninguna en concreto. -Con eso aclaró algo mis
dudas, y tampoco quise ahondar más en su vida aunque me moría de ganas.
Aquel era nuestro penúltimo día, por un lado no quería
que acabase y por otro estaba deseando volver a la seguridad de mi hogar, a mi
rutina, en definitiva, a mi vida, aunque tenía claro que aquella aventura no
era tan fugaz como yo quería pensar, o mejor dicho, como no me atrevía a
reconocer ni siquiera ante mi misma.
La siguiente excursión programada y última fueron las
cataratas del Niagara, según don Lluis, era mejor verlas desde la parte de
Canadá porque eran más espectaculares, no sabría decir si por las luces de
colores que las iluminan al atardecer, o porque los canadienses saben sacarle
mejor partido, el caso es que estuvimos en un lugar llamado Parque Reina
Victoria, que posee unas plataformas que ofrecen espectaculares vistas a las
dos partes, la canadiense y la norteamericana. También pasamos por unos
senderos que conducían a unos observatorios que ofrecen la ilusión de estar
bajo las cataratas.
Después estuvimos en la torre Skaylon cuya
perspectiva, es la más alta de las cataratas y hacia el otro lado unas
fantásticas vistas de Toronto y para congraciarnos con nuestro compatriota
español, Leonardo Torres Quevedo, subimos al spanish aerocar, que era un
cablecarril para llevar pasajeros por debajo de las cataratas.
Con tanta agua y tanto paseo, acabamos exhaustos y
decidimos que era hora de volver, así que cogimos rumbo al Aeropuerto
Internacional Búfalo Niagara y regresamos al hotel, yo con el ánimo de que no
fuese demasiado tarde y todavía me estuviese esperando, aunque no habíamos
quedado en nada, si bien ya se sabe que la esperanza es lo último que se
pierde.
Entramos al hotel, miro alrededor con el corazón
desbocado, buscándolo con la mirada y
casi sin darme cuenta, allí estaba él, esperando, ansioso y casi rogando, que
no nos hubiese dado por quedarnos a pasar la noche en Ontario, por que la
verdad es que se nos había echado la hora encima para la vuelta.
Como aquella iba a ser la última noche que teníamos
para estar juntos, no dejó que me separase ni unos centímetros de él, así que
me despedí de mis acompañantes y sin dar excesivas explicaciones, volvimos a
pasar la noche en su habitación, esta vez a mi prima no tuve que decirle nada,
lo supuso por si sola, y si hubiese podido, me hubiese fulminado con la mirada.
-Tengo miedo
que esto se acabe y presiento que no me harás caso y mañana te irás -Me decía mientras entrábamos en su cuarto,
mirándome con esos ojos verdes tan profundos como un océano, al mismo tiempo
que nos acariciábamos con deleite, con ansias, intentando detener el reloj y
que dejase de marcar las horas que pasaban con odiosa rapidez.
-No digas nada
por favor, no lo pongas más difícil, menos aún, cuando sabes que no podemos
hacer nada, el destino nos ha puesto a cada uno en un continente -le corté las
palabras con mis besos, antes que pudiese decir algo que me hiciera cambiar de
opinión.
Fue una noche maravillosa, hablamos poco, solo el
simple contacto bastaba y ninguno de los dos quería que se acabase, nos amamos
ya con algo más de “experiencia” por mi parte, aunque con la misma inocencia de
la primera vez, el único que sabía lo que quería era mi cuerpo, que antes que
sus manos llegaran a rozarlo, ya demandaba más y más caricias y con una
entrega, que a mí misma me asustaba. Cuando hicimos el amor aquella noche por
última vez, pensé que me había poseído, no solo a mí, sino también a mi
espíritu y sobre todo a mi alma.
En las pocas noches que habíamos pasado juntos
aprendió a conocer mi cuerpo como si del suyo se tratase, besó cada centímetro
de mi piel, me poseyó primero con una ternura exquisita, como para dejar
grabado en ella lo que me perdería si
me iba, cuando vio que no me podía convencer de lo contrario, lo hizo
posesivamente como para que mi cuerpo le respondiera y entonces fuera yo la que
extrañase sus embates, cada vez más intensos, lo que produjo que le quedara la
espalda marcada con mis uñas, ya que no me había ido todavía y ya le estaba
extrañando, de no haber tenido nunca relaciones a no parar en toda la noche
había mucha diferencia y mis muslos no estaban acostumbrados a tanto roce, por
lo que se quejaban y ardían, pero yo no los escuchaba, mis sentidos estaban
puestos en aquel cuerpo de guerrero celta que cubría el mío, poseyéndolo,
adueñándose de él porque ya le pertenecía, como el suyo me pertenecía a mi,
aquello no era para nada pasajero, por mucho tiempo que pasara siempre nos
perteneceríamos el uno al otro.
Así que hicimos el amor hasta que no pudimos mas y acabamos jadeando, exhaustos, uno al
lado del otro, reponiendo fuerzas hasta el próximo.
-Txell, dime
una cosa -preguntó por fin cuando recobró fuerzas- no te enfades por lo que te voy a preguntar, si no quieres no me
contestes, pero me gustaría que lo hicieras, ¿soy el primer hombre con el que
has estado? Es que te noté muy inocente e inexperta, ¿no tienes relaciones con
tu novio?
Me hacía estas preguntas, mientras sus manos recorrían
mi cuerpo por enésima vez y sus labios continuaban besando centímetro a
centímetro mi piel.
No era yo la que estaba allí tumbada a su lado,
normalmente era muy pudorosa y nadie había contemplado mi cuerpo desnudo con
tanta lujuria, en realidad desde que tenía uso de razón, nadie me había
contemplado desnuda, no estaba contenta con mi cuerpo y eso me hacía ser
bastante tímida, con él era todo lo contrario, si en un primer momento me
cubrí, en cuanto sus manos retiraron las sabanas que yo mantenía sujetas, casi
desapareció mi timidez, puesto que él se deleitaba observándome y cuando era
capaz de articular algunas palabras, lo único que me decía era lo bella que
era, hasta que me ruborizaba de píes a cabeza y él tenía motivos otra vez para
poseerme.
-¿Tan
importante es para ti, que yo haya tenido relaciones o no con mi novio? -
Contesté, un poco a la defensiva. Nunca me imaginé que nadie pudiera ser tan
perceptivo, y leyera en mí como en un libro abierto, y es que la verdad, yo,
hasta ese momento había sido bastante mojigata y a Ricard no le había dejado
pasar de besos y algunos toqueteos casi sin importancia, haciendo honor a la verdad, él tampoco me
pidió nunca pasar de ahí.
Quizás, fuese que tampoco nos deseábamos tanto, porque
nunca sentí la necesidad de pasar a más, sin embargo con él, antes que me lo
pidiese, mi persona era suya en cuerpo y alma, por eso, esa pregunta me
descolocó un poco y no sabía que contestar.
-Para serte
franca, tú eres el primer hombre con el que me acuesto, y también te diré que
yo pensaba llegar virgen al matrimonio y en todo caso, la primera vez tenía que
haber sido con mi novio, no con un extraño -contesté ligeramente ofendida.
-¿Entonces eso
es lo que soy para ti? ¿Simplemente un extraño? -Repuso con voz dolida. -Pensé
que me querías un poquito.
-Perdona...
tampoco quise decir eso... compréndelo, estoy nerviosa, y ahora mismo no puedo
razonar, estoy confundida -intenté cubrirme de nuevo, pero no me dejó, tiró de
las sábanas hacia atrás, volvía a estar excitadísimo, era insaciable.
En el mismo instante, en que yo intentaba argumentar
mi falta de experiencia amorosa, volvió a poseerme, y ahí sí, ahí se
derrumbaron las pocas barreras que me quedaban.
-No digas nada
más, carpe diem, solo estaba extrañado por tu avidez a la hora de
dejarte llevar, ¿sabes? Eres una gran alumna, aprendes rápido, quiero que te
quedes, por favor, hacemos buena pareja ¿no crees? -rogaba entre risas
nerviosas y besos apasionados en mi boca para sellármela, ya no dijimos nada
más, no hizo falta.
Yo también me había dado cuenta que no era tan fría
como pensaba y cada vez que me tocaba, me estremecía de placer y, mi cuerpo,
sin mi consentimiento, pedía más, mi mente me decía que ya estaba bien, que
aquello solo me llevaría a partirme el corazón, que no debía jugar con fuego,
pero mi piel respondía cada vez con más avidez a sus caricias y me era
imposible controlarme, así que al final, hice caso a mi corazón y dejé que mi
cuerpo diera todo de sí, y ya lo creo que lo dio.
Estábamos extenuados, cuando por fin, decidimos
relajarnos un poco, y sin dejar de mirarnos, pero sin decir palabra, dejamos
transcurrir lo poco que quedaba de una noche maravillosa, quizás la noche más
perfecta de mi vida.
Al día siguiente teníamos que dejar la habitación a
las doce del mediodía, así que antes de salir, guardamos el equipaje en una
consigna del hotel y nos fuimos sin prisas, puesto que no nos vendrían a
recoger hasta última hora de la tarde.
Comimos en la cafetería de unos grandes almacenes y el
resto de la tarde, se la pasó intentando convencerme para que me quedase.
-Basta, no me
lo pidas más, por favor, sabes que no me puedo quedar, que dirán tu familia y
la mía si supieran lo que ha pasado entre nosotros. Mejor aprovechemos las
pocas horas que nos quedan y después dios dirá. -Me debatía entre el deber o la
responsabilidad y la incapacidad para hacer caso a mis sentimientos.
-Somos mayores
de edad, nadie tiene nada que opinar en nuestras vidas, no tenemos porque dar
explicaciones de nada.
-Es posible
que en tu familia no te pidan cuentas de tus actos, pero en la mía sí, tengo
unos padres de lo más tradicional y no los puedo decepcionar de esta manera. Lo
que tienes que hacer es acabar la carrera y después, si todavía te acuerdas de
mí, vienes a buscarme a mi tierra y conocerás la esencia de la vida, el
Mediterráneo, si escuchas la canción de Serrat, sabrás de que te hablo.
-Al diablo la
carrera, los semestres que me quedan los puedo terminar en cualquier momento,
pero me estoy dando cuenta que no te intereso, me has utilizado y ahora me
dices cosas que ni comprendo y te burlas de mí, el Mediterráneo lo he visto en
fotos y la canción no la conozco, pero al fin y al cabo, debe ser un mar como
otro cualquiera.
-Murmuraba
con pesar, casi con desespero, mis intentos por desviar la atención y la
tensión del momento no sirvieron de nada, antes bien, produjeron el efecto
contrario.
En mi frustración por lo que no podía ser, empecé a
hablar tan deprisa que sin darme cuenta, la mitad de mis frases las decía en catalán.
-¿Cómo puedes
decir que te he utilizado? En el amor no se manda, nace cuando quiere y tiene
vida propia, después dura lo que tiene que durar. Piensa que venimos de mundos
muy distintos, en mi país las jóvenes no vivimos solas fuera de casa, a vosotros
os dan alas desde muy temprano, nuestra cultura está todavía un poco en la edad
media, sí, nosotras hemos viajado solas, pero es porque no había más remedio,
no podíamos dejar pasar esta oportunidad, pero si por ellos hubiera sido, nos
habrían enviado con espelma que
decimos nosotros, vaya lo que vosotros creo que llamáis una chaperona,
imagínate si se llegan a enterar de lo que pasó entre nosotros, me internan en
un convento de clausura y ni la mayoría de edad podría salvarme.
Ya por la tarde regresamos al hotel, estaba de
bastante mal humor y casi no hablaba, solo lo justo, respuestas escuetas a
algunas preguntas concretas, pero nada más.
Cuando se le pasó un poco el mal humor, me cogió de la
mano y sin ningún pudor por lo que pudieran decir las demás, me llevó a un
rincón del hall, donde poder estar casi solos, ya, fuera de la vista de
nuestras compañeras de viaje, estuvimos un tiempo abrazados, sin hablar, casi
sin respirar, intentando que de alguna manera el tiempo se detuviese para
siempre y no tener que pasar por la agonía de la separación.
-Te amo -fue
lo último que dijo, más como protesta, ya que hasta entonces no me lo había
dicho con palabras y como aquello tampoco le funcionó( yo necesitaba poner
distancia entre los dos) intentó convencerme a base de besos, pero no le dejé,
si me volvía a besar volvería a perder el raciocinio y podría llegar a cometer
alguna locura, y aquello tenía que acabar allí y en aquel momento, no podía
flaquear en mi voluntad, volvería a España y me olvidaría de aquella
locura.
Las horas pasaban en lenta amargura, o con
desesperante rapidez, según se viera, por un lado quería que nos viniesen a
buscar para ir al aeropuerto y por otro se nos acababan los minutos para estar
juntos. Llegado el momento, tomé la resolución de irme al vestíbulo para no
tener que despedirme, puesto que no podría soportarlo.
Quedé con mi prima en que les pidiera las direcciones
a nuestras nuevas y queridísimas amigas y quedamos en escribirnos y si podía
ser en un futuro volver a vernos, pero de Guy no dije nada, sencillamente salí,
y no quise volver a verlo, él tampoco quiso o pudo decir nada, se quedó en el
rincón más apartado y cuando giré la cabeza, vi que le corría una lagrima por
la mejilla.
A los pocos minutos vino a buscarnos el bus del aeropuerto,
y nos marchamos intentando dar aspecto de normalidad, más que nada de cara a
los compañeros de viaje, que no tenían por que presenciar escenas de
despedidas, que a lo mejor, podrían parecerles de lo más cursis, pero que para
nosotras, fueron de lo más emotivas.
Llegamos a la terminal, pasamos el control de
pasaportes y fuimos a la puerta de embarque a esperar que notificaran que ya
podíamos abordar el avión, cuando subimos y nos acomodamos, gracias a dios que
me toco asiento de ventanilla, así que giré la cabeza y lloré y lloré, hasta
que creí que me había quedado sin lagrimas.
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